miércoles, 20 de abril de 2011

"La inversión en cultura", por José Antono Hernández Guerrero

También nosotros, naturalmente, nos unimos a las enérgicas voces solidarias de los que, desde diferentes tribunas, exigen que se movilicen todos los recursos materiales y humanos para erradicar el hambre; también nosotros reclamamos que se emprenda la urgente tarea de eliminar la miseria: la contemplación de las imágenes que diariamente nos ofrecen los medios de comunicación nos obliga a seguir gritando para que -¡ya!- los políticos apliquen medidas de emergencia que, de manera eficaz, eviten o superen esas situaciones de sangrante injusticia social.
En esta ocasión, sin embargo, aprovechamos estas líneas para recordar que "no de solo pan vive el hombre", para reclamar una mayor participación en los bienes culturales, para llamar la atención sobre la trascendencia de las persistentes diferencias educativas y sobre los peligros del progresivo empobrecimiento cultural de una gran mayoría de ciudadanos. Si los privilegiados de la ciencia o de la cultura, si los poderosos y los pudientes, nos olvidamos de repartir con mayor equidad los bienes de la enseñanza y si no dotamos a los más necesitados de los conocimientos útiles para ganarse la vida, los desequilibrios económicos serán cada vez más acusados.
La gravedad de los desniveles educativos estriba -no lo perdamos de vista- en que perpetúan y acentúan las injusticias. Por eso, si las autoridades, las instituciones y las personas no nos decidimos a invertir más tiempo, mayores esfuerzos y más dinero en la enseñanza, los problemas de la pobreza endémica, de las desigualdades lacerantes y de las injusticias sociales no tendrán su adecuada solución.
Tengo la impresión de que, si, además de lamentarnos, esos colectivos y cada uno de los docentes invirtiéramos, por ejemplo, una hora semanal en enseñar de manera gratuita algo de lo que sabemos, contribuiríamos a repartir los ricos tesoros reservados a una minoría y ayudaríamos a reducir la abismal distancia que separa la élite del pueblo. ¿Por qué -me pregunto- los colegios, las escuelas, los institutos de enseñanza secundaria y las facultades universitarias, los maestros y los profesores no dedicamos, al menos el 0,7 por ciento de nuestros recursos y de nuestras instalaciones docentes a los más "ignorantes"? ¿Estamos convencidos de verdad de que la inversión en educación es uno de los negocios más rentables para el que da y para el que recibe?
Cuando afirmamos que la cultura es "alimento" que sostiene, "ropaje" que abriga y "hogar" que acoge, no estamos elaborando una sugerente metáfora poética, sino que formulamos una definición comprensiva y comprensible del ser humano, y declaramos nuestra profunda convicción de que el hombre no puede vivir plenamente con un simple pedazo de pan o, en otras palabras, manifestamos nuestra convicción de que, para sobrevivir -para "realizarse", como se decía hace unos años- se necesita cubrir también otras exigencias vitales y perentorias: la de una cultura que, arraigada en nuestra tierra, abra la posibilidad de intervenir en nuestra sociedad.
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***Enviado por José Antonio Hernández Guerrero, catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y Director del Club de Letras de la Universidad de Cádiz, escritor y articulista.
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