viernes, 13 de enero de 2023

¿Quién mató a Vladímir Putin?, por Manuel Mata

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¿QUIÉN  MATÓ  A  VLADÍMIR  PUTIN?

Los grandes enigmas de la historia nunca se aclaran

Preámbulo.-

Who the hell gave the order to kill Putin without me knowing!? Exclamó el presidente Biden cuando a las 5 a.m. le despertó el Secretario de Estado  Antony Blinken, para comunicarle la novedad que cambiaría el orden mundial establecido.

Esa madrugada -la del 26 de marzo de 2023- todos se hacían la misma pregunta ¿¡Quién ha dado la orden de matar a Putin!? Todos y en todas partes: Cancillerías, Presidencias de Gobierno, el Mossad, en el templo budista de Swajambhunath, la Bolsa de Tokio, en las redacciones de los periódicos, el despacho de Úrsula von der Leyen, en las praderas del Serengueti, e incluso en la Estación Espacial Internacional, a 354 kms, de la Tierra, donde conviven rusos y estadounidenses.

 Los comandos de intervención rápida de los ejércitos fueron puestos en alerta máxima, el escudo antimisiles de Ramstein revisó su disponibilidad, el Pentágono aprobó pasar a DEFCON-2, la OTAN activó los Protocolos de Defensa en sus bases, y el mismísimo Kim Jong-un pidió que le acercaran el maletín que guarda el botón nuclear. Literalmente el mundo dejó de respirar.

 Larissa Chislenko.-

 Recién cumplidos los 18 años, Larissa Chislenko Fernández ganó el certamen de Miss Chernocem, la rica región agrícola del Oeste ruso. Para marzo del año siguiente (2008) estaban convocadas  elecciones presidenciales y su padre, Mijail Chislenko, era candidato por el partido “Rusia Justa” de Serguéi Mirónov. Justo un mes antes de la cita con las urnas, Mijail fue detenido cuando paseaba con su hija por el parque próximo a su domicilio y conducido a dependencias policiales. Nadie supo de él hasta  48 horas después en que apareció estrellado contra el suelo junto a la fachada trasera de la comisaria. La versión oficial fue que quiso huir saltando desde una ventana del quinto piso.

Como consecuencia de aquel trágico shock, la madre de Larissa entró en un proceso de evanescencia y deterioro cognitivo que le llevó, primero a la indolencia y al abandono, y después al silencio introspectivo más absoluto. Murió a los dos meses. Aquel día, Larissa, con vida pero sin alma, se comprometió a vengar aquellas  muertes injustas.

Físicamente Larissa no respondía al canon de mujer eslava; más bien había heredado los genes de su abuelo, uno de aquellos niños españoles que el gobierno de la República envío a la URSS en 1.937 para evitarles los sufrimientos de la guerra. Algunos volvieron en 1.956 pero su abuelo materno, José Fernández Medina, se casó con una mujer rusa y decidió quedarse en aquellas tierras para siempre.

Larissa rozaba el 1´80 de estatura, eurítmica y amable, estructura ósea simétrica, pelo negro ensortijado con bucles que le caían plácidamente sobre los hombros, piel tostada lisa y limpia, voz acariciante en un cuerpo armónico, senos erguidos y justos de tamaño, nariz recta, y ojos color castaño que contrastaban con unas cejas bien dibujadas a juego con su pelo.

Al terminar el Bachillerato, sus excelentes notas propiciaron que pudiera estudiar Biotecnología Molecular en la Universidad Técnica Estatal Bauman de Moscú para después, siguiendo un plan perfectamente establecido, matricularse en la Escuela Superior de Protocolo y Relaciones Institucionales de Chekhovskaya a las afuera de la capital moscovita. Ocho años de formación y aprendizaje que le convirtieron, además de en una mujer bellísima, en un portento de sabiduría y saber estar, pretendida por cualquier empresa de las que nacieron al calor del pillaje y la corrupción sobrevenidos con la caída del sistema soviético unos años atrás.

Pero el conocimiento también sirve para ajustar cuentas y Larissa eligió presentarse a las oposiciones para personal de Atención y Gestión Protocolaria del Ministerio de Asuntos Exteriores, cuyo titular Serguéi Viktorovich Lavrov, forma parte de la guardia pretoriana del presidente Putin. Poco tardó nuestra protagonista en llamar la atención de sus jefes, no sólo por sus vistosas hechuras, que también, sino por la eficacia y capacidad resolutiva ante cualquier situación imprevista. Por citar un ejemplo: En el mes de enero de 2018 el ministro de Asuntos exteriores de Turquía Mevlüt Cavusoglu acudió a la cumbre bilateral celebrada en Moscú para actualizar el Tratado Económico y Militar que ambos países renuevan periódicamente desde el firmado en Kars el 23 de octubre de 1.921. Que ya ha llovido. 

Tras las reuniones oficiales, la esposa del dignatario turco, Feriha, visitó el Museo Nacional de la Música de Moscú, situado en la avenida Fadeyeva. En la sala de instrumentos de viento, de forma inesperada, la invitada solicitó escuchar el solo de oboe, del segundo movimiento de la Sinfonía de los Salmos de Igor Stravinski del que era admiradora.  La frustración y el sonrojo ante la extraña petición paralizaron a todos los presentes, incluido el ministro de Cultura, hasta que Larissa, con naturalidad y parsimonia, descolgó de la pared un fagot y transportando la melodía a clave de fa, deleitó a los presentes, respetando, incluso, la escala octatónica que alterna pasos enteros y semitonos de la  reconocida composición coral del artista nacido en San Petersburgo.

El fichaje.-

El asombro y el sosiego dieron paso a la admiración general ante aquella patriota que salvó con su genialidad una situación comprometida. Sapiencia y atrevimiento que no pasaron desapercibidos a Yuri Gromiko, asesor principal de la Presidencia del Gobierno que al día siguiente, y por escrito, solicitaba la adscripción de la bella concertista a su staff, situado en el ala sur del Kremlin frente al río Moscova.

Tres años pasó Larissa entre informes, documentos, programas, discursos y organización de eventos en un departamento enfocado exclusivamente a la propaganda epistémica y a la difusión asfixiante de un modelo de país y de un líder omnímodo juramentado en devolver a Rusia el esplendor y la influencia perdidos por Gorbachov, su glasnost y su perestroika.

En ese tiempo, se cruzó en dos ocasiones con el personaje: Un tipo en progresivo estado de consunción, piel pálida, pelo blanquecino que raleaba en el cráneo, orejas grandes, algo esquivo en la mirada como de rana que padece lipidosis hepática, sonrisa falsa y forzada, brazo derecho descolgado casi inerte, rodeado de una recua de turiferarios y sátrapas agiotistas, y un rictus circunspecto cargado de la más absoluta desconfianza, propia de quien no se fía ni de su sombra.

Por fin, la ocasión se presentó el viernes 24 de marzo. 

El presidente quería conocer de primera mano el Plan Estratégico de  Acogida y Readaptación para los prorrusos evacuados desde las provincias ucranias de Lugansk y Donetsk. De una parte, obsesionado con la posibilidad de que los servicios de inteligencia de Ucrania se infiltraran entre los desplazados y, de otra, inquieto ante aquella multitud irredenta que no entendía muy bien la causa de su traslado (temporal y ajeno al devenir de la guerra, según la agencia de información “Nóvosti”). Especial interés mostraba el mandatario en conocer el Programa de Adoctrinamiento Nacional a que serían sometidos los niños.  

Larissa, encargada de ese apartado, explicó, pormenorizadamente, ante el presidente y el asesor Gromiko, el propósito del Plan, la Guía para educadores, cuantificó la plantilla de maestros y sicólogos, el listado de colegios y albergues concertados, la metodología y las actividades a desarrollar, presupuesto, horarios y periodicidad de evaluaciones. 

La erótica y el poder.-

Por regla general la vida amorosa y sexual de los dirigentes políticos no suele estar en el foco de atención de la prensa, de los ciudadanos, o de los programas de televisión. Salvo fanfarronadas como las de Berlusconi o el episodio de Clinton con la becaria, apenas se sabe nada de estos asuntos. Y la razón es muy simple: apenas tienen tiempo para el sexo. En su escala de placeres, muy por encima de todo lo demás, figura la ostentación del poder. Necesitan saberse poderosos y decisivos, imprescindibles y temidos, lo que provoca que el hipocampo destine mayor cantidad de micronutrientes a la glándula encargada de producir adrenalina que a alimentar la hormona esteroidea sexual.

En el caso del presidente Putin, tras la separación en abril de 2014 de su esposa Lyudmila y del romance con la gimnasta Alina Marátovna, pocas aventuras se le conocen, enfrascado como está en poner el mundo patas arriba. Encuentros discretos, esporádicos y  breves, sin compromiso posterior, y conocidos exclusivamente por el círculo más cercano de escoltas. Generalmente chicas del entorno político-administrativo, halagadas y orgullosas de ser elegidas para compartir mesa y cama con el jefe. Eso sí, siempre con la posibilidad de rechazar la invitación y excluidas mujeres casadas. 

Por eso, a Larissa, no le extrañó que al regresar a su despacho encontrase un correo electrónico de la Secretaría General Adjunta manifestándole el deseo del presidente de mantener una nueva reunión, sólo con ella, para aclarar algunos puntos del Programa que no le habían quedado claros. La cita, fijada para las 7 p.m. del día siguiente, incluía una nota final en la que le rogaba que no hiciera planes posteriores pues la propuesta incluía cena y té posterior.

Ese día, sábado 27 de marzo de 2023, en Rublievo, una urbanización de lujo a las afueras de la capital, Larissa cruzaba dependencias, pasillos y controles, hasta llegar al amplio vestíbulo inmediatamente anterior a las habitaciones privadas del jefe de Estado donde, el Cuerpo Especial de Protección de la Presidencia, no permite el paso a nadie que no acepte someterse a las medidas de control y seguridad impuestas desde la sede central del FSB.

 Tras pasar un arco detector de metales, Larissa fue emplazada a depositar sobre una bandeja, reloj, anillo, pendientes, y una camándula de oro con un Cristo engarzado (regalo de su padre), así como la carpeta que portaba bajo el brazo con las 372 páginas explicativas del Programa de Adoctrinamiento. “El presidente ya tiene una copia sobre su mesa” alegaron. Acompañó a una agente hasta la sala contigua donde fue requerida a desnudarse. Una enfermera, provista de guantes y mascarilla, examinó su melena, los espacios metacarpianos de manos y pies, y cada uno de los rincones y orificios corporales incluyendo los más íntimos. Finalmente le entregó una bata de satén y unas sandalias de madapolán, “es todo lo que necesitas” apostilló. Y le dieron paso.

 Tenía todo un deslucido encanto desgastado, un deterioro desvaído y decadente, un lugar de decoración urgente y sin gusto con una estética anónima y sin estilo. El presidente la esperaba a la entrada, ataviado con una camisa blanca con cuello cutaway cubriendo los pantalones sujetos con un cinturón anudado a la izquierda. Un saludo, estrechando su mano, que quiso ser cortés sin lograrlo, mientras la invitaba a pasar al comedor donde un mayordomo esperaba para servir. “Es la hora de cenar, más tarde repasamos el programa” anunció.

De primero: ukha, una sopa de salmón y bacalao al que se le añaden verduras y un punto final de perejil finamente picado. El plato fuerte, una mushroom julienne que ella apenas probó por el nudo que tenía en la garganta, y de postre, pirozhki, una especie de pastelillos de hojaldre. Mientras, la conversación giró en torno al trabajo de Larissa, a sus aficiones y a cuáles eran sus metas profesionales. “Tienes cara de ministra de Cultura” enfatizó el presidente con una sonrisa y una mueca de complicidad en un intento de ser agradable y distender la situación.

Al finalizar pasaron a la planta alta donde una habitación hacía las veces de dormitorio: cama vestida con ropa de hilos de seda y flecos de colores en las orillas, fundas de almohada con las iniciales V.V.P. grabadas en oro, y roperos con flores de chamomilla en la balda inferior. Sobre la mesa una tetera de plata que desprendía el aroma dulzón del iván-chai, dos tazas con cucharillas también de plata, una botella de vodka y dos vasos de cristal de Gus Jrustalni.

“Querida Larissa, mi vida es una mierda” confesó el mandamás ante el asombro de la invitada. “Las circunstancias me han enredado en una vorágine de la que no puedo escapar: presiones de los militares, exigencias de los oligarcas, la falsa supremacía moral de los yanquis, la constante amenaza de la OTAN, revueltas independentistas… hasta el chino dando por saco todo el día. ¡Entre unos y otros me van a matar! Y este embrollo de Ucrania, una guerra a la que nos oponíamos Lavrov y yo pero sectores reaccionarios nos arrastraron a ella. Ahora no sabemos cómo salir sin reconocer el error y la derrota. Larissa, necesito cariño”.

Sin más, el presidente recorrió los diez metros que los separaban de la cama, se quitó los zapatos, se desnudó y, tumbado boca arriba, abrió los brazos apoyando las manos en la nuca. Su vanidad, como toda vanidad auténtica, no tenía propósito, era un fin en sí misma. Larissa entendió el mensaje. Dejó caer al suelo la bata y se descalzó; se acomodó a horcajadas sobre el vientre del hombre, inclinó el cuerpo hacia delante, se apartó el pelo y, venciendo el asco y el resentimiento, le besó en la boca. Siguió recorriendo con la lengua aquel cuerpo amorfo y blancuzco, dejando un reguero de saliva en el cuello, el pecho y el vientre hasta llegar a la pelvis donde le esperaba un pene semi flácido, pequeño y ruin.

El odio y la venganza nos liberan.

Tras las primeras succiones, y con un movimiento lateral de la lengua, Larissa desprendió su segundo premolar inferior derecho que, en verdad, no era un premolar sino una cápsula del mismo tamaño, color y forma que el diente que ocupó ese lugar. Masticó con fuerza la pieza fluyendo de su interior un líquido viscoso e inodoro: novichok, una sustancia de tan alta toxicidad que no hace falta tomarlo porque incluso traspasa la piel.  En  una hora empiezan sus efectos: acumulación de fluidos en los pulmones, alteración del sistema nervioso, espasmos musculares y una entropía generalizada que lleva, indefectiblemente, a la muerte.

 No más de cinco minutos duró la estimulación bucal para que el hombre, una vez llegado al punto culminante de la excitación sexual, cayera en un estado de placidez y somnolencia primero y de sueño profundo después, que Larissa aprovechó para colocarse la bata y despacio, con naturalidad, salir del apartamento. Dio instrucciones estrictas a los vigilantes: “Dado que mañana es domingo que no se me moleste hasta la hora del desayuno”, dice el presidente.

Recuperó sus joyas, su vestido y su dignidad y se dirigió al vehículo de su propiedad estacionado en el parque cercano: un Lada Niva de ventanas tintadas. Una vez dentro, y con las luces apagadas, extrajo de la palanca de cambios un frasco, bebiendo con avidez su contenido: dimercaprol, el antídoto para el veneno que había suministrado al presidente,. Recogió su pelo en un moño, sobre éste colocó una peluca rubia cortada en diagonal a la altura de la mejilla que le cubría parte del rostro, se colocó unas gafas con montura de carey y cambió su vestimenta por el uniforme gris marengo de los empleados de Correos de Turquía. 

Arrancó, y sin correr, enfiló la autopista en dirección al aeropuerto internacional de Sheremétyevo a las afueras de la ciudad.

Los empleados de Correos de Turquía ganan más bien poco.-

Trabajando en la Compañía Nacional de Correos de Turquía se gana más bien poco. Por eso, una de las rutas más solicitadas por los empleados es la conducción aérea nocturna que une Estambul con Moscú. Los aviones de carga utilizados para estos trayectos están desprovistos de asientos, disponen de ancho fuselaje, alas altas, amplias puertas y cabinas de pasajeros adaptadas para almacenar paquetería, cartas y cualquier objeto admitido en las oficinas. No hay azafatas y la tripulación está compuesta por piloto y copiloto que nunca quieren saber nada de lo que ocurre fuera de su habitáculo de mando. 

Los empleados de la empresa postal prefieren estas tareas por varias razones: cobran dietas, complemento de peligrosidad, plus de nocturnidad, descansos de tres días y…  pueden contrabandear tanto en la ida como en la vuelta. Para allá, champán, perlas, ropa de marca, palos de golf e incluso caviar. De vuelta a casa, licores, especias, salmón salvaje y botes de salsa tártara (auténtica). En casos excepcionales admiten personas que, por alguna razón, (no preguntan, sólo cobran) quieren abandonar la Madre Rusia: Confidentes de la mafia, espías comprados por Occidente, objetores de conciencia, desafectos al régimen, militares degradados, científicos, periodistas amenazados, y un sin fin de personajes cada cual con su motivación particular.  

El modus operandi es bien sencillo. Tan sencillo que no despierta sospechas: un empleado o empleada de características físicas similares al individuo a evacuar reserva una habitación en un hotel cercano de la que no saldrá hasta 24 horas después cuando un compañero le devuelva su documentación. Credenciales  que esa noche utilizará el pasajero clandestino para superar el control que los guardias de fronteras ofician en la terminal de carga con la desidia y ligereza que da repetir la misma rutina cada día. Apuntemos que la trabajadora del correo turco que pasó la noche del 25 de marzo de 2023 en un hotel cercano al aeropuerto, medía aproximadamente 1.80, piel tostada, gastaba melena rubia cortada en diagonal a la altura de la mejilla y gafas con montura de carey. 

Larissa, aparcó su coche cerca del hub de Turkish Airlines, activó la bomba que estallaría cuando alguien abriese la puerta, se colocó la gorra de plato, y con un bolso con las iniciales PTT (Correos Turquía) colgado al hombro, se dirigió hasta el comedor donde la plantilla del avión postal cenaba mientras comentaba el partido jugado esa tarde entre el Galatasaray y el Besiktas. Tomó café con ellos y, en feliz camaradería, se dirigieron al avión que esperaba con las bodegas llenas de paquetes y los motores al ralentí.

 ¡Spokoynoy nochi! saludaron a los guardias.

¡Udachnoy poyezdki! respondieron estos.

En el mes de julio de 2023 los Servicios Secretos turcos elevaron un informe al presidente del país basado en conjeturas y suposiciones pues no había certeza absoluta en nada relacionado con este escabroso asunto. Parece ser, decía en las conclusiones, que al día siguiente de los hechos que aquí se relatan, una señora alta y rubia ingresó, con identidad falsa, en una clínica de estética sito en calle Istiklal de nuestra capital donde permaneció veinte días sometida a cirugía de contorno facial, rinoplastia e inyecciones de bótox. Pagó en efectivo, no hay fotografías de su nuevo aspecto, y no existen grabaciones de su salida del centro médico.

También, parece ser, posteriormente, adquirió pasaje en el vuelo Ankara Málaga (España) posiblemente con la intención de regresar a la tierra de la que era originario su abuelo materno: Un pueblo de la provincia de Cádiz rodeado de naranjos y últimamente de aguacates, con un río que le recordará el Drashnïp de su infancia allá en las fértiles tierras del oeste ruso.

Tayyip Erdogan, leyó el texto de pie junto a la cálida chimenea que contrarrestaba el frio desangelado de su despacho ante la sola presencia del agente encargado de redactarlo. “Ni nos afecta, ni nos interesa. Esto que aquí se cuenta no ha ocurrido. ¿Me entiende, Ahmed?” dictaminó mientras arrojaba al fuego todas y cada una de las páginas. No ha ocurrido, repitió mientras encendía el primer cigarro puro del día.


2 comentarios:

Pacurro dijo...

Amigo Manolo, ya es hora que te plantees seriamente, dedicarte a la literatura, de un forma mas intensiva, como admirador tuyo, y pecando de egoísmo, te lo solicito.

Agamenon dijo...

Humaniza a Putin.