miércoles, 2 de mayo de 2018

"Tren nocturno a Madrid", por Manuel Mata

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El expreso “Luna del Estrecho” tenía fijada su salida a las 09´39 de la noche.

Desde hacía un buen rato, Victoriano Jordán ocupaba su asiento en  el vagón siete de los de  segunda clase, entretenido en buscar explicación a esa hora  aparentemente caprichosa y sin sentido en que el tren iniciaría su marcha.

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CAPITULO I

Vito (como le llamaba su familia) estudió Bachillerato y Magisterio por libre, primero en el Instituto de Algeciras (donde hoy se encuentra el Kursal), y los tres años de la carrera en la Escuela Normal de Málaga.
 Durante nueve meses preparaba el curso en la academia que, a modo de pluriempleo, abrieron en la Estación de Jimena, Diego Prieto, auxiliar administrativo de “Corchos Ferreira”, y los maestros nacionales Pedro Rojano y José Díaz Tabares.
 A finales de junio, y durante siete años, él, y otros jóvenes del municipio, se lo jugaban todo a una sola carta ante un tribunal desconocido, pero, en la mayoría de los casos, comprensivo y tolerante con “estos chicos de los pueblos”

CAPITULO II

Aquel año de 1972 no había comenzado con buen pie para los españoles y menos aún para obreros y estudiantes, vanguardia en la lucha contra el régimen del general Franco: Paros en las industrias siderúrgicas del País Vasco, choques entre policía y trabajadores en la factoría Citroen de Vigo, altercados en la Bazán de El Ferrol, o la huelga del sector de la construcción en Madrid, con más de 60.000 afectados en las calles, nos hacían vivir con el alma en vilo.

 En enero, cuatro mil alumnos de Medicina de Madrid fueron sancionados con la pérdida de sus matrículas por “faltas  colectivas de disciplina”, y las huelgas  en centros de enseñanza, jornadas de lucha en las Universidades, cierre de facultades, o la inhabilitación de catedráticos cómplices marcaban el día a día en esta España nuestra.

Tal fue la crispación y la impotencia a la que el gobierno se vio abocado, que, temiendo que los desórdenes se extendieran por todo el país, el ministro de Educación y Ciencia, Villar Palasí, decidió que las oposiciones al Cuerpo de Profesores de Educación Básica de ese año se celebrasen sólo en Madrid. Su colega de Gobernación Garicano Goñi le había dado un buen consejo: “un incendio, por grande que sea, se controla mejor que cuarenta desperdigados por toda la Patria”.

En consecuencia, más de veinte mil jóvenes aspirantes al oficio de enseñar se vieron forzados a trasladarse, durante los meses de septiembre y octubre, a la capital del reino para participar en los procesos de selección y así optar a cubrir una de las 7.350 plazas convocadas.

CAPITULO III

 Vitoriano, sentado en un asiento de eskay, tono verdoso, sucio y rajado, esperaba impaciente la salida. A su lado, desde la portada de “Cambio-16”, el presidente chileno Salvador Allende saludaba puño en alto y rictus de preocupación en el semblante y, sobre la pequeña tarima móvil acoplada bajo la ventana, los tomos de  Pedagogía II y Didáctica de las Matemáticas, sus dos asignaturas “hueso”.

 En la soledad, fría y oscura del vagón, era plenamente consciente de que en aquellos libros estaba escrita la suerte de su vida. Por eso, sobre aquella mesita desplegable, más que textos de estudio, eran balsas de salvamento a las que se aferraba cuando el pánico jugaba con su memoria, robándole, en una fracción de segundo, todo lo aprendido durante tan largo tiempo.

En esas estaba cuando la puerta-corredera del habitáculo se abrió dando paso a un magrebí, cetrino, pelo blanco que raleaba en el cráneo, chilaba, y que, inmediatamente, sin  encomendarse a Alá Todopoderoso, comenzó a engullir una enorme y aceitosa tortilla de patatas con un mendrugo de pan moreno.

Poco más tarde, con el acento típico de los jienenses, que Vitoriano bien conocía pues sus padres eran oriundos de Villanueva del Arzobispo, daba las buenas noches un matrimonio bajito y rechoncho, pulcro y ordenado, meticuloso y educado, que, pidiendo disculpas, vinieron a sentarse en los asientos más próximos a la puerta.

El que parecía último compañero de viaje era un joven, alto y fuerte, rubicundo, de amplias patillas y llamativa lectura tatuada en el brazo derecho junto a un Cristo ferozmente crucificado: “Soy el novio de la muerte”.

Cuando ya el tren aceleraba su ritmo, se precipitó al interior de compartimento, trastabillando, acalorada y sonriente, una mujer menuda, de lentes graduadas y maraña de collares de cuentas a juego con las peinas que adornaban su melena rubia y rizada. Tras pedir que alguien colocara sus bártulos en el ya atestado altillo, tomó asiento frente a Vitoriano, en sentido inverso a la marcha.

CAPITULO IV.-

A la altura de Ronda ya sabía que  los paisanos de su padre venían de pasar unos días con su hija, casada con un guardia civil destinado en la comandancia de Algeciras, y que se apearían en Linares-Baeza, donde él, empleado de la compañía ferroviaria, se encargaba de la venta de billetes en el turno de mañana.

Que  el chaval era “lejía” en Ceuta y que viajaba a su tierra, un pequeño pueblo de Albacete, gracias a un permiso ganado en las maniobras anuales de Smara en pleno desierto del Sahara.
Y que la pasajera de última hora marchaba a Barcelona, a la sede central de “Haugron Cientifical” a realizar un cursillo de esteticienne, una nueva modalidad en el cuidado y belleza femenina que, según ella, sería muy solicitado en los próximos años.
De Mohamed sólo sabía, a ciencia cierta, su nombre y que le gustaban las tortillas aceitosas de patatas.

Bobadilla....

Silencio, oscuridad y quietud. De uno de los vagones traseros bajó una pareja de guardias civiles, mosquetón al hombro, tricornio bien ajustado por el barboquejo y embozados en capa de pura lana virgen, escoltando a un hombre, fino como una espiga, mirada huidiza, manos unidas por unas esposas que fulguraban a la luz de la luna, sin ninguna justificación que ofrecer a los viajeros que, desde las ventanillas y la displicencia, observaban la escena.

Córdoba.....

Mujeres con canastos en la cabeza y sabañones en las manos, ofreciendo manoletes, roscos y bocadillos a los pasajeros que bajaban los cristales para preguntar, una y otra vez, los precios de la mercancía, al tiempo que, por unos instantes, liberaban el convoy de aquel olor acre y retestinado que lo invadía todo.
Porteadores arrastrando bultos o maletas a cambio de una peseta, y guardagujas  esperando la señal del jefe de estación para efectuar el cambio de vías y volver al cálido refugio de la caseta.
Toque de silbato, banderín rojo en alto, y, de nuevo, el chirrido de perezosas ruedas de acero sobre unos railes millones de veces hollados.

En Linares-Baeza hacía frío.

Mientras ayudaba al matrimonio a bajar las maletas, los aguijones de hielo que el viento lanzaba desde todas las esquinas se le clavaron en el rostro aún barbilampiño.  La mujer le deseó suerte y durante un instante observó, inmóvil, a lo lejos, los subalternos de Correos conduciendo a toda prisa las carretillas cargadas de sacas hasta las trancas, maldiciendo al maquinista por el retraso y al administrador de la estafeta por asignarles el turno de noche.

Respiró y tiritó hasta empaparse en el relente más puro que se le fue infiltrando por los párpados, gota a gota, hasta rebosar de inquietud y desasosiego todo su ser. La cita con el Destino, concertada un año antes, estaba cerca, y soñar, a las cuatro de la madrugada, era gratis.

Alcázar de San Juan....

El sueño seguía esquivándole un minuto tras otro tejiendo horas cada vez más largas. Nada tenía sentido más allá de los límites de su conciencia asaltada por un único fantasma: la angustia del fracaso.
A aquellas horas sólo los rumores quietos del vagón hablaban: el sollozo de un niño que llora junto al vacío de la ausencia, la tos de un viejo solitario que suena a vida que se va, el gemido de una mujer con la magia de gritar por dentro o las transparentes risas de unos jóvenes que aún descubren la vida cada amanecer.
Sin embargo para Vitoriano el resto del mundo se había convertido en un gigantesco libro cifrado donde todos los signos resultaban ser uno solo.

CAPITULO V.-

Atocha.....

Buscavidas, policía secreta, mozos, trajín, cantina.
Calle, gente, nubes, metro línea dirección Universidad.
Facultad de Letras, puerta giratoria, escaleras, primer piso, aula 2.

¡Vitoriano Jordán Medina! ¡carnet de identidad¡ -vale- ¡mesa cuatro fila tercera¡

Sentado de nuevo junto a una ventana, en el plano desierto de la Verdad Absoluta donde no existen huecos para esconderse, aguardaba.

¡Sólo pueden utilizar bolígrafo o pluma azul!... ¡no se puede hablar ni preguntar, ni pedir permiso para salir!  ¡Pueden fumar si lo desean! ¡Al oír la señal  dispondrán de tres horas para desarrollar el tema que un voluntario sacará de esta bolsa!  ¿Entendido?

La chica que extrajo la bola con un número xerografiado a lo largo de la esfera, volvió a su silla pálida y ausente, mirando al fondo de la enorme sala sin nada que ofrecer y con el único consuelo de reprochárselo al azar.

 Vitoriano suspiró. Suspiró como nunca hasta entonces lo había hecho en toda su vida. En su sonrisa, estaba el Tiempo, estaba el Futuro, y estaba también la Esperanza.

El reloj de pared situado entre los retratos de Franco y José Antonio marcaba las 09´39 de la mañana.

 Una hora caprichosa y sin sentido, pensó.

Y se puso a escribir.

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Manolo escribes que parece que tu has estado alli. Enhorabuena

Pacurro dijo...

Excelente, tampoco es nada nuevo tratándose de Manolo

José dijo...

Muy buen relato,impreganandonos con su lectura, de una época no tan lejana. Me queda la inquietud de si Vito aprobó el examen.

Anónimo dijo...

yo tengo localizado a Vito, que no es su nombre verdadero y dio clases en distintos colegios de Jimena, ahora está ya jubilado.

Anónimo dijo...

Manolo Mata dejate de tanta escritura y vuelve al psoe y a la banda de musica que falta hace en los dos sitios

Anónimo dijo...

Una historia brillante y muy bien contada.Más de uno nos hemos visto reflejado en ese tren a Madrid con todo el paisanaje que también describes. Mi más sincera enhorabuena.No creo que sea buena la idea de volver al PSOE o a la banda de música, yo creo que es la hora que te plantees escribir un libro. Tienes capacidad y talento. Ánimos!!!!!

Anita Mari dijo...

Sr.Mata, excelente relato, lleno de matices que nos hace volver a otro tiempo vivido, donde un viaje en tren era una gran aventura. Enhorabuena y siga escribiendo para disfrute de quienes lo seguimos.

Curro Jarillo dijo...

Enhorabuena ,Manolo ,por tu relato.
Como siempre..., chapó. Un abrazo.

Unknown dijo...

Estupendo relato Manolo. Apoyo la sugerencia de un comentarista anterior y también te animo a que escribas un libro. Está claro que puedes!!

Anónimo dijo...

¿ Quién que tenga más de 50 años no se montó en ese tren ?

Eusebio dijo...

Manolo Mata, eres el puto amo!