martes, 26 de abril de 2011

Palabras de moda 14: Anacardo

Por José Antonio Hernández Guerrero
Hasta hace unos meses, en los vuelos domésticos de Iberia, nos ofrecían a todos los viajeros, además del periódico, un zumo de naranja; en la actualidad, sólo lo proporcionan al que lo solicita, y, antes de servírselo, la azafata le suele preguntar ¿desea también unos anacardos?
“¿Anacardos? -le espetó, el señor que estaba sentado a mi lado- Si usted me explica qué son, a lo mejor los deseo pero, sin saber en qué consisten, la verdad es que no me atrevo a pedírselos”. La azafata se limitó a responderle que eran unos frutos secos, y el señor, haciendo un gesto de aprobación, le dijo: “Ah sí almendras, cacahuetes y avellanas”. Y dirigiéndome una mirada cómplice me comentó: “Hay que ver lo cursis que son estas niñas usando esas palabras tan raras”. Cumplo ahora la promesa que le hice de explicarle la palabra por escrito, con el fin de lograr un nuevo lector, aunque sólo sea ocasional.
 “Anacardo” proviene del latín “anacardus” que es una deformación de “onokardion” que significa “una especie de cardo”; pero, si usted busca esta palabra en los diccionarios etimológicos actuales, es posible que algunos –como, por ejemplo, el de Anaya- le digan que “anacardo” es una vocablo compuesto de “ana” = contra y “kardia” = corazón. A partir de esta interpretación nos explican que la razón de tal denominación estriba, no sólo en su apariencia formal parecida a la del corazón humano, sino también en el peligro que supone su excesivo consumo para la víscera cardiaca.
Cuando a Vicente, un amigo naturista le he comentado esta interpretación, me ha respondido negándola categóricamente y proporcionándome una interminable lista de los beneficios que nos aportan los “anacardos”: “estas semillas -me ha dicho textualmente- son, no sólo nutritivas y afrodisíacas sino que, además, curan la demencia, la pérdida de memoria, las alteraciones del impulso sexual, la debilidad de origen nervioso e, incluso, el edema de las piernas. Externamente el líquido rojizo que hay entre las dos cutículas y el jugo de la pulpa -que son ácidos y corrosivos- se usan para eliminar las durezas, los callos y las verrugas en la piel; diluidos, pueden servir como cicatrizantes de úlceras tórpidas, de eczemas y de psoriasis”.
José Evaristo -el cirujano amigo que con tanto rigor y claridad me explica los misterios de la medicina- me ha precisado que, “al margen de los efectos mágicos y en contra de las fobias estimuladas por las modas ocasionales, las grasas, ingeridas en la proporción correcta, son nutrientes esenciales para disfrutar de una buena salud”. Según algunas estadísticas recientes que he consultado personalmente, podemos llegar a la conclusión de que ciertas grasas reducen el riesgo de padecer algunos problemas de corazón, las alergias, las artritis, los eczemas, la depresión, la fatiga, las infecciones y hasta el síndrome premenstrual. Por el contrario, la lista de síntomas y de enfermedades asociadas a su deficiencia crece cada año. Si es cierto que algunas grasas predisponen al organismo para la enfermedad, también es verdad que otras favorecen la salud: dejarnos llevar por las fobias a las grasas nos puede privar de nutrientes esenciales para nuestro organismo.
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***Enviado por José Antonio Hernández Guerrero, catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y Director del Club de Letras de la Universidad de Cádiz, escritor y articulista.
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