miércoles, 17 de junio de 2020

"El difícil caso del empresario desaparecido I: LA INCOGNITA", por Manuel Mata

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EL DIFÍCIL CASO DEL EMPRESARIO DESAPARECIDO
(Relato policíaco en tres entregas)

LA INCOGNITA

En el Grupo de Desaparecidos la moral andaba más bien por los suelos. En los últimos tres meses no se había resuelto ni uno solo de los expedientes abiertos que les correspondía como unidad especial de la Comisaría General de Andalucía Occidental.

Dos subinspectores, tres oficiales y cinco policías de la escala básica al mando de la inspectora-jefe Dorotea Fernández, dedicados a rastrear el cuándo el porqué y el adónde de aquellas personas que un día, motu proprio o no, sin motivo aparente, sin causa que lo justificara, sin una razón lógica, desaparecieron de la faz de la tierra. Sin despedirse.

Su misión: encontrarlos, vivos o muertos.

Por eso cada nuevo caso traía consigo la esperanza del éxito y la oportunidad de resarcirse ante el comisario y ante la propia conciencia.

Y también la rutina: Interrogatorios a familiares, investigación del entorno laboral y social, situación económica del individuo en cuestión, ubicación de teléfonos móviles, revisión de correos, posibilidad de secuestro, vidas paralelas, y, en último extremo, pero siempre latente, el asesinato por vaya usted a saber.

Así que la desaparición, setenta y dos horas antes, de Aitor Garratemendiaga Urrutikoetxea significaba una oportunidad para el desquite frente al destino y la mala suerte.

Garratemendiaga, de cincuenta años, gerente de “Cárnicas Garrate”, con fábricas de jamones ibéricos, embutidos y chacinas en varios pueblos del Valle de los Pedroches y norte de Huelva, era una persona popular y admirada desde que llegó a Andalucía en 1.990 tras negarse a pagar el mal llamado impuesto revolucionario que ETA exigía a los empresarios.

Un tipo agradable en el trato, bromista, guapetón a pesar de ser vasco, que invitaba a desayunar a sus empleados, aficionado a las playas nudistas del Cañuelo, que descubrió la manzanilla de Sanlúcar en el Rocío y  el baile por sevillanas en la feria de Pozoblanco.

Su mujer, sin embargo, no se adaptó al cambio, a las altas temperaturas, al salmorejo cordobés, y mucho menos a la confianza que recién conocidos se tomaban con ellos; así que, tras un pausado y amistoso dialogo, solicitaron de mutuo acuerdo el divorcio y ella y los niños volvieron a la casa de Erandio.

El periodo de readaptación a la vida de soltero de Aitor fue transitorio y digno de contar, pero en pos de la brevedad diremos que tras varios romances efímeros y tumultuosos y alguna disparatada aventura, consolidó una relación sentimental con una chica veinte años menor que él, elegida miss Córdoba tiempo atrás, y a la que conoció durante una de las campañas publicitarias de la marca.

Bien, volviendo al caso: Las pesquisas llevaron a los investigadores a revisar relaciones con  proveedores, intermediarios y clientes, intervenir cuentas bancarias tanto societarias como personales, visitar clubes nocturnos donde Aitor era parroquiano asiduo, pinchar teléfonos, publicar foto en los medios de comunicación; se aceptaron entrevistas en televisión, se anunció  recompensa económica para quien facilitara información, se designó portavoz por si alguna banda de malhechores lo tuviese retenido, y, siguiendo el protocolo establecido, se dio cuenta al CNDES y a Europol.

Nada. Ni rastro. La pesadumbre y el desánimo cundían una vez más en el grupo.

Nada, hasta aquella tarde de viernes. Pocos compañeros ya en las dependencias policiales, encendidas apenas la mitad de las luminarias del techo, un agradable silencio ambiental roto sólo por la cuarta sinfonía de Felix Mendelssohn que sonaba en un reproductor de CDs, y Dorotea en su despacho, revisando, una y otra vez, datos, cifras,  viajes, referencias, hechos, lugares, visitas, tiques de compra y declaraciones, en busca de un clavo al que agarrarse.

Y cientos de llamadas que aparecían en un listado continuo, monótono e  infinito, en la pantalla del ordenador. Pinchó al azar sobre el fijo  956320000 que se repetía en varios días, en distintos horarios, desde distintos teléfonos, y con una duración nunca inferior a una hora.

Diez segundos le bastaron para situar geográficamente ese terminal telefónico y la identidad del titular, al tiempo que su agudo olfato de sabuesa curtida en mil batallas, le alertaba de que allí había un hilo del que tirar.

(CONTINUARÁ)

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Mata nos quiere tener sin saber que ha pasado pero no se dado cuenta que aqui estan Cristobal y Pacurro que fueron buenos profesionales de eso mismo y nos van a decir que le ha pasado a este hombre tienen experiencia para eso.

Anónimo dijo...

Este hombre se ha ido a Punta Cana con la cordobesa a disfrutar y apagó el móvil para que no lo molesten

Anónimo dijo...

La cordobesa no se sabe que haya desaparecido. Vaya UD a saber si, en la época loca, se acercó por Gibraltar, y la lió...

Anónimo dijo...

Su empresa estaba en la ruina
Se ha ido a Brasil

Unknown dijo...

Pues no vamos a saber nosotros más que su autor, así que cuando continúe el relato saldremos de dudas. No será que se habrá tomado demasiado en serio lo del confinamiento...

Anónimo dijo...

Cuando publicas la segunda parte. No tardes mucho por favoooooor

Penélope dijo...

Se ha embarcado,en un velero, a surcar los mares cuál Ulises de este tiempo, sabiendo que lo verdaderamente importante del viaje es el camino a recorrer.Gracias Sr. Mata por su escrito, espero que me sorprenda con las nuevas entregas, no espero menos de usted.Un saludo.