jueves, 21 de noviembre de 2013

"El deterioro de la atmósfera cultural", por José Antonio Hernández Guerrero

Adelanto que utilizo el término “cultura” para referirme, más que a un conjunto de datos sobre obras artísticas o sobre episodios históricos, a esa atmósfera saludable que ha de alimentar nuestro espíritu, ennoblecer nuestra convivencia y hacernos crecer como seres humanos. Aludo a ese aire que respiramos y que, a veces, se contamina y se deteriora amenazando nuestra salud individual y deteriorando nuestra fortaleza colectiva. Como ejemplo podemos señalar la calidad de muchos de los programas de televisión y de radio, e, incluso, los contenidos y el lenguaje de algunos de nuestros periódicos. Es posible que muchos hayamos llegado a la conclusión de que los modelos que en ellos se exhiben frivolizan y banalizan nuestra cultura hasta convertirse, en algunos casos, en un pálido remedo de lo que, hace poco tiempo, entendíamos con esa palabra.

Mucho me temo que esta transformación signifique un deterioro que nos suma en una creciente confusión de la que podría resultar, a la corta o a la larga, un mundo sin valores estéticos y sin principios éticos en el que las artes y las letras -las humanidades-  se conviertan en meras formas de entretenimiento sin influencia en nuestro crecimiento individual y en nuestro bienestar social.
En mi opinión, dejar la formación y la educación a merced del espíritu de lucro y orientar la adquisición de los conocimientos a partir de las consideraciones exclusivamente pragmáticas -bajo la dirección absoluta de los especialistas y de los técnicos de la economía- tiene como consecuencia deshumanizar la vida y vaciarla de significados. Una sociedad abocada esencialmente a la satisfacción de las necesidades materiales y movida exclusivamente por el motor de la economía corre el riesgo de perder sus valores supremos –esos que nos ennoblecen comos seres humanos- y de condenarse al fracaso, a la ruina y a la frustración del “sin sentido”.
Pero, quizás lo más preocupante sea que este proceso de deshumanización tiene lugar, sobre todo, en nuestras sociedades teóricamente más avanzadas y libres, en los pueblos del Occidente democrático y liberal, en los que los fundamentos de las creaciones artísticas y literarias, las ideas filosóficas, de los ideales cívicos, de los valores y, en suma, la dimensión espiritual se difuminan hasta desaparecer. Hemos de reconocer que, en esta época tan rica en conocimientos científicos y en hallazgos tecnológicos, tan bien equipada para derrotar la enfermedad, la ignorancia y la pobreza, siga aumentado el desconcierto respecto a unas cuestiones tan básicas como, por ejemplo, qué hacemos aquí en este astro sin luz propia que nos tocó, si la mera supervivencia es el único norte que justifica la vida, si unas palabras como “espíritu”, “belleza”, “armonía”, “ideales”, “placer”, “amor”, “amistad”, “solidaridad”, “libertad”,  “arte”, “creación” o “trascendencia”, han perdido o difuminado sus significados. En mi opinión, es la cultura humanista la que tiene la responsabilidad de dar una respuesta a estas preguntas permanentes y evitar que la cultura sea simplemente un barniz superficial y voluble, o una forma de diversión ligera que se ofrece el gran público para distraerlo de sus problemas vitales.
A mi juicio, deberíamos revisar nuestro concepto de “progreso” y reconsiderar si es suficiente con que nos conformemos con viajar a las estrellas, comunicarnos al instante salvando todas las distancias gracias al Internet, clonando a los animales y a los humanos, fabricando armas capaces de volatilizar el planeta al mismo tiempo que contaminamos el aire que respiramos, el agua que bebemos y la tierra que nos alimenta.  Deberíamos preguntarnos si es justo que, al lado de las extraordinarias oportunidades y de las ventajosas condiciones de vida que gozamos sólo algunos pocos privilegiados del mundo occidental, aumenten a un ritmo imparable la pavorosa miseria y las atroces condiciones de vida que todavía padecen, en esta sociedad tan próspera, centenares de millones de seres humanos, y no sólo en el llamado Tercer Mundo, sino también en el seno de nuestras ciudades. Como dice Vicente Huidobro en su libro Las horas han perdido su reloj, del que he extraído algunas de las ideas anteriores, “En el pasado, la cultura tuvo siempre que ver con esos temas y fue a menudo el mejor llamado de atención ante semejantes problemas, una conciencia que impedía a las personas cultas dar la espalda a la realidad cruda y ruda de su tiempo. Ahora, más bien, lo que llamamos cultura es un mecanismo que permite ignorar los asuntos problemáticos, distraernos de lo que es serio, sumergirnos en un momentáneo `paraíso artificial´, poco menos que el sucedáneo de una calada de marihuana o un jalón de coca, es decir, una pequeña vacación de irrealidad”.
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*** Enviado por José Antonio Hernández Guerrero, catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y Director del Club de Letras de la Universidad de Cádiz, escritor y articulista.
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