miércoles, 23 de octubre de 2013

"La pobreza de palabras", por José Antonio Hernández Guerrero

Si la escena -demasiado frecuente- de un pordiosero que carece de los medios más indispensables para sobrevivir resulta deprimente, el espectáculo -excesivamente habitual- del progresivo empobrecimiento del léxico coloquial también debería hacernos reflexionar y reaccionar, sobre todo, a los educadores.
Los adultos lamentamos, con razón, que los adolescentes cada vez empleen en sus conversaciones menos palabras: nos sorprende que con un solo término -por ejemplo el adjetivo "guay”- tienen suficiente para expresar cualidades tan diferentes como la bondad, la belleza, la utilidad, la comodidad o la fuerza de los objetos materiales o de los comportamientos humanos.

Pero hemos de reconocer, modestamente, que también los adultos cultos, los profesionales cualificados y, a veces, los  eruditos y los intelectuales, adolecemos de estas carencias de vocabulario. No es tan extraño, como podría parecer, que los enfermos no entiendan al médico que le diagnostica la enfermedad que él padece, ni que el cliente no comprenda al abogado que le defiende su propia causa, ni que el feligrés no sepa a qué se refiere el párroco cuando le predica sobre las postrimerías, ni que el ciudadano ignore el significado de las palabras que usa  el político que le propone un programa para que lo vote ni, incluso, que el alumno no tenga idea de los conceptos que emplea el profesor cuando le explica una lección para que la aprenda.
Animamos a esos ingenuos oyentes que se acomplejan por su falta de comprensión para que enriquezcan su vocabulario leyendo pausadamente textos adecuadamente seleccionados y manejando con mayor frecuencia el diccionario, pero, al mismo tiempo, hemos de tranquilizarlos asegurándoles que, en la mayoría de los casos, la dificultad para entender al que les habla con magistral tono de suficiencia es achacable, también, a la escasa destreza de los especialistas de las diferentes disciplinas o a la insuficiente habilidad de los profesionales para traducir los "tecnicismos" en palabras pertenecientes a la lengua común.
Hace pocos días, a un ilustre conferenciante que advirtió al comienzo de su charla: "cuando diga exordio quiero decir introducción y cuando pronuncie epílogo me estoy refiriendo a la conclusión", un oyente más lúcido que el ilustre profesor, desde el final del salón de actos le gritó: "¿Y por qué no se ahorra usted estas explicaciones y nos dice directamente introducción y conclusión?
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*** Enviado por José Antonio Hernández Guerrero, catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y Director del Club de Letras de la Universidad de Cádiz, escritor y articulista. Fue el Padre Hernández" en su juventud, el primer cura de San Pablo de Buceite.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La mayoría de los ciudadanos solo somos medianamente cultos y, como somos la mayoría es por lo que, si se quieren vender más periódicos, más revistas, más libros, ver más la televisión, oir más la radio etc.,es por lo que se le pide a los profesionales de estos medios de transmisión de cultura, que dejen sus tecnicismos para sus coloquios y sus negocios y nos hablen a los demás con las palabras que vamos a entender todos, incluidos esos profesionales y hombres/mujeres cultos/as.
¿Es mu fácil verdad? No por eso quiero decir que haya que reducir el diccionario ¡no!, más bien adueñarse de todas aquellas palabras que se estén utilizando de una forma continua en toda la nación y agregarlas a la RAE, como por ejemplo ocurrió con la palabra ¡guay! y tantas otras. Pero cada cosa en su sitio. Esto es, cada palabra en su especialidad y cuando tenga que ser leída por el mayor número de personas, se utilizará la usual y no la técnica.
Espero haberme explicado. Yo se que usted lo entiende, por eso en este artículo, como en tantos otros, ha reducido el número de palabras medianamente técnicas a tres (pues creo que las demás son más asequibles a todos) "Erudito, postrimerías y si quieren también tecnicismo".

Por la boca muere el pez, y ya sabe usted quien soy. Aunque ahora utilice el anónimo como tantos otros.