jueves, 19 de septiembre de 2019

"Remolacheros sin feria pero con familia", por Cristóbal Moreno El Pipeta


REMOLACHEROS SIN FERIA PERO CON FAMILIA
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Cristóbal Moreno “El Pipeta”
Libreto Feria Junio del 2019
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El hijo de Ana González “La Tamaya”, Pepe Tamayo, se acercó pedaleando con su vieja bicicleta hasta la calle Bizco número 1,
y dio aviso a Antonia Romero “La Chorla” para que estuviera en el locutorio de teléfono a las 4,00 de la tarde, pues iba a llamar su marido desde Ligny-en-Cambrésis, Francia, donde se encontraba “binando remolacha” (“Binar”, según la RAE es: arar, cavar, edrar, labrar, remover). Antonia, que llevaba ya un mes sin contactar con su esposo (solo había recibido alguna postal o carta), se le hacían los minutos horas y los días semanas y...

“Después del éxodo por la guerra civil española, muchos españoles quedaron exiliados en países extranjeros, principalmente en Francia. Llegó la postguerra con muchas vidas borradas por el soplo del odio y del interés (ausencias obligadas, forzadas arrebatadas), y otras manchadas por vivir. Otra vez, una España políticamente enfrentada, habituada ya, a por las buenas o por las malas; una reconrosa España llena de viudas, viudos y de huérfanos condenados a odiarse, mientras resurgen de las cenizas de ese mismo odio. Desconcierto.

Sin más remedio, allá por los años 50, más de un millón y medio de andaluces y andaluzas, marcharon con dirección al extranjero dejando atrás a su familia, sus costumbres, sus casas y sus raíces. Mucha de su descendencia pertenecen a esos países, nacieron, crecieron y se quedaron allí. Andalucía pagó un alto precio por el desajuste del país. Un país que pagaba el mismo precio de miseria heredada, cuyos trabajadores se convirtieron en emigrantes para poder sobrevivir: ellos y la nación”)>

A las 15,00 horas de ese mediados mes de Junio de 1.962, pegando manotazos a los diminutos mosquitos de estas fechas, ya estaba Antonia a la espera, reposada sobre el quicio de la puerta “de la centralita”, esperando oír el timbrazo de aquel artilugio llamado teléfono; mientras tanto hablaba con la Tamaya, con Pepa “La Pipera” y con Dominga, así como con otras vecinas que iban llegando avisados por el sagaz zagal que aprovechaba para hacer malabarismos con la “bici” (cuando eran telegramas corría como un “velociraptor”).

La conversación lógica para la fecha era sobre “la proximidad de la feria de San Pedro y su mal fario”. Se preguntaban unas y otras que pasaría ésta vez, pues no había año que no ocurriera algún “desavío” (incidente, contratiempo, percance, desgracia, infortunio) sufrido por algún vecino del pueblo..., ¡¡desde no se sabe cuándo siempre aquel maldito presagio...!!. Cualquier cosa que ocurriera se culpabilizaba ya a ese mal augurio. Pasada la feria sin percances (cosa rara), las comidillas eran los fantasmas de la garganta de Diego Díaz, maldeojos y resto de supersticiones.

Puntualmente, a las 8,00 de la tarde con sus ya 35 grados, sonó un rin rin en la centralita. Ana “La Tamaya” jugó con las clavijas, avisó a Antonia señalándole con el dedo el cuartillo de un metro cuadrado, donde colgaba un raro y único aparato negro, e, incrustando la clavija en su correspondiente orificio le pasó la llamada al locutorio (en principio un cuartillo sin puerta “ni na”, donde muy apretaditos solo cabían dos personas muy delgadas, o una gruesa, como en éste caso).

Como esperaba, era su marido, Francisco Moreno González, “El Pipeta”, quién, desde el campo, se había acercado con otros compañeros emigrantes al pueblo francés de Ligny-en-Cambrésis, tras tardar una hora andando desde la finca donde estaban trabajando.

Normalmente hacían dos llamadas a la Tamaya: la primera dando sus nombres para que avisaran a los respectivos familiares y la hora en que volverían a llamar; a la segunda, tras hablar el primero con su familiar, se pasaban el teléfono unos a otros para ir hablando por turno. ¡¡Anaaa..., que ésto no se escuchaaaa....!! ¡¡Pero como se va a escuchaaaar hija míaaaa..., si lo tienes al revéééééés...!!, ¡¡para escuchar ponte en la oreja el lado que tienes ahora en la boca, y para hablar el que ahora tienes en la orejaaaaa...!! ¡¡Qué no aprenderéis nunca, sois todas iguales, como para dejaros sola con el aparato!!.

El Pipeta, novato emigrante, era la primera y única feria que no la pasaba con su esposa ni con su único hijo Cristóbal -(¡¡Presente!!)-... Igualmente se la perderían sus compañeros sampableños (pero éstos estaban más acostumbrados que él a emigrar). Se habían ido a Francia, “a la bina de la remolacha, donde diariamente se termina guarnío” (aquí en nuestro pueblo, quitarle la hierba al trigo, maíz y otros cereales siempre se le ha llamado “escardar”). En esta ocasión -con el mismo “patrón” y en la misma finca-, estaban entre otros: Pedro Romero Ahumada “El Chorlo”, Andrés Cortés (que posteriormente se hizo Guardia Civil y se retiró de Capitán) y Juanito “El Guardia”. Los otros eran de Villamartín y de Ardales.

En la misma campaña y con otros contratos temporales en distintos lugares de la geografía francesa (también binando remolacha), andaban: Cristóbal “El Rano”, Adelino, “Chaqueta”, Antonio “El Pescao”, Frasquito “Candela”, Moncada, uno de los “Turrillos”, Manolo Cabra, Esteban Rojas, y muchos más sampableños, que emigraban al extranjero para buscarse la vida en aquellos trabajos que sus nativos, por extremadamente duro repelían, especialmente los del campo. La remolacha, la uva y la recogida de otras frutas eran los que más.

Cuando regresaban al pueblo, solían comentar: “- !En Francia, cuando menos te lo esperabas, aparecía una nube y terminabas “enguachirnao”! ¡Cuánto se echaban de menos los vermús rojizos de los bares de Plácido, el Alemán o el Estanco, y los aguardientillos de Paco Carrión en aquélla copita tan grande como un dedal, (el vermú de Francia era de color blanco, más seco y con más alcohol). ¡¿Y el vino “Sala”, los “tejeringos” y las “tagarninas”, no se echaban de menos...?!, ¡pues claro, igual que la feria de San Pedro y de San Pablo, o los bailes y los circos ambulantes en las calles, los cines, los teatros y compañías de cante (distintas fechas) en el cine de invierno o de verano en lo del Aceitero, Palomo o Los Rubios!-”


Feria de San Pablo de Buceite
Cristóbal Moreno Romero “El Pipeta”, año 1.959.
LA FERIA, LOS “MANDAOS”

En aquellos entonces, los niños de los pobres normalmente tenían una o dos mudas para vestirse, como mucho tres. A sus padres les pasaba igual, dos mudas,  si acaso, para el trabajo y una para vestir, ¡y ya era un logro!.

-¡Este año llevas al niño al “Sastre” de Jimena y que le haga un traje para la feria!- le dijo Francisco a su esposa Antonia, -¡te he mandado un giro por Correos, que estará al llegar, ya te avisará Herminio el cartero!. Dale al niño algo de dinero para que pueda subirse en todos los “cacharritos”, si es que no ha hecho muchas “rabonas” en el cole, ¡eh...! . Que Pablo el fotógrafo le haga una foto montado a caballo y me la mandas en una carta, ¡que no se te olvide...!.

Y siguió indicándole: -los “mandaos” los sigue recogiendo en lo de Paco Carrión y que los vaya apuntando en su libreta y..., ¡qué no se le olvide apuntarlo también en la tuya, para confrontarlo después con la de él!  Cuando yo regrese, dentro de tres meses, se los pagaremos, (esto era normal entre los emigrantes sampableños, y cada uno tenía a sus benditas tiendas. Si a la familia le interesaba a los tenderos también, pues después lo cogían todo juntito y caliente.

Antiguamente, aquí en España, mudarse de ropa los trabajadores del monte y de la campiña, cuando estaban lejos de la familia era muy peculiar, y le llamaban “la quincena”, que era un día de descanso cada 14 de trabajo -normalmente dos al mes-, para irse a su casa y cambiarse de ropa, dejando a su madre, esposa o hermana, la sucia para lavar. ¡Pocas horas estaban con sus familias, pues normalmente se les iban durante los trayectos de ida y vuelta andando, a pie o en bestias por los caminos, algunas veces en tren, cuando por fin se tuvo éste medio de transporte, dependiendo del lugar!
    La compra de víveres, ”mandaos”, incluso sin irse al extranjero, se solían pagar por meses, trimestres, semestres o al año, pero solo a vecinos de mucha confianza. Igual pasaba con aquellas familias, cuyos “cabeza de familia” tenía que emigrar como temporero a otros países -Francia, Alemania, Suiza y Bélgica especialmente-, al objeto de poder traer algún dinero para la casa. Tras la confrontación bélica, en nuestro propio país la escasez de trabajo era muy grande, y el trabajador era mal mirado y, normalmente, peor pagado. Rondaba el trabajador muy cercano a la esclavitud; los había que trabajaban solo por la comida y la cama, y el horario normal desde la salida hasta la puesta del sol. Fue muy penoso y llamativo que después de la Guerra Civil Española, como extraviados, infinidad de hombres deambularan solos por las ciudades, pueblos, caseríos y campos; a cuestas una opaca historia que parecía no tener pasado que contar, para no contar lo incontable. El campo -por los cortijos- no era para menos.

Así fue corriendo el tiempo, estabilizándose poco a poco dentro de la inestabilidad de una parte, la perdedora, y el esfuerzo de ambas, hasta que llegó el año 1.976 con el cambio de régimen por la muerte de Franco el 20 de noviembre de 1.975, y la entrada de la democracia con la creación de la Constitución el 31 de octubre de 1.978, su ratificación por el pueblo español en referéndum el 06 de diciembre del mismo año 1.978, y “sancionada ya por S.M. el Rey ante las Cortes el 27 de diciembre de 1.978: Don Juan Carlos I de Borbón; Príncipe hasta entonces bajo la tutela del propio dictador.

En dictadura, la emigración fue la gran ayuda para todo y para todos. Incluso para la política. Nada más entrar en democracia: el regreso de mucho exiliados, y con ellos (que habían abierto los ojos en otros países democráticos), y la recién estrenada libertad, se atrevieron, con menos miedo y más arrojo, a contar sus experiencias pasadas y presentes, sus adelantos y sus atrasos, para contribuir a levantar el país.
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    Los que ni huyeron ni emigraron, también se habían tenido que amarrar los zapatos, pues “el horno no había quedado para bollos”. Aunque como siempre, los más pobres se llevaron la peor parte. Los que habían luchado en el bando republicano, “los rojos”, según “los azules”, y sobrevivieron a la guerra y postguerra, vivieron un calvario de calamidades tal, que hasta muy entrados los setenta no se fue superando y nivelando en algo su estatus social, gracias al irse pacificando el espíritu y calmando los rencores -que no el olvido-, pues éste aún perdura en las confrontadas y distintas formas de pensar.

LOS TENDEROS, LO “FÍAO”.

No todos los “tenderos” del pueblo daban fiados los alimentos necesarios para la subsistencia de las familias de los emigrantes, por eso, agradecidos, hemos de recordar a mucho de nuestros vecinos y a sus esposas, finados ya la mayoría: Paco Carrión y su esposa Ángeles; su hermano Juan Luis Carrión y la suya, propietarios entonces cada uno de una tienda en calle Real; o a Plácido Muñoz y Anita Pérez (calle Sol), y al “Hornero” en calle Hornos (a sus descendientes, hoy le seguimos apodando como “Los Horneros”), familias éstas dueñas entonces de las dos únicas panaderías del pueblo, pues la del “Valenciano” y su esposa María la compraron al Hornero -(en 1.980)-, y la regentaron con posterioridad a aquellas fechas de emigración masiva al extranjero. También “al Municipal” y su esposa Concepción, (padres de Manolo el municipal, que tenían una tienda en la calle Sol), y a Herminio Nebreda (cartero que tenía otra), e incluso Bartolo Rubio “El Alcalde” y a Diego Ramos (más tardío), y a pocos más, pues no todos eran partidarios de vender fiado, e inclusos éstos no a todos fiaban.

Después estaban las tiendas de ropa o de otras necesidades, que vendían a “dita”, y que por feria aumentaban las ventas (dita= ir pagando poco a poco...; de ropas pagadas a cortos o largos plazos, o cuándo tenían algo de dinero y podían). No querría dejarme atrás a Lorenzo “El de la Botica”, que a la vez que medicinas, también vendía ropas. Otras, como Isabelita Ramos, montaron tiendas, al mismo tiempo o después que esos años de emigración y dictadura. Gracias a la emigración, algunos montaron aquí sus propios negocios.

¿Los bares...?, ¡desde luego que normalmente no fiaban, pero también en muy raras excepciones previa confianza demostrada!. De una parte u otra, inevitablemente habían “malajes y saboríos”, lo mismo tenderos que no fiaban (los menos), como clientes que se hacían el tonto para no pagar (algunos), incluso los “esnortaos o caraduras” a los que “se les olvidaban” las deudas. Y es que hay gente que tienen una “hartá” de “jeta”, y por su culpa pagaban otros.


Inés al fondo, Cristóbal “Pipeta” con el peso (15 años)
y Manuela García “La Lorenta” en tienda Paco Carrión
LOS APARCEROS, LA MATANZA

Estos comerciantes (con riesgos, aunque para asegurar ventas en beneficio propio es lo que había y convenía), facilitaban también a los “aparceros” que no emigraban o emigraban cuando les era imposible subsistir, el poder pagar las deudas a la recogida de las cosechas anuales y ajustaban las cuentas con el dueño de la finca (la aparecería era a la media (1/2), a la tercia (1/3) o a la cuarta (1/4), según lo acordado previamente con el propietario de las tierras-). Al final:     “lo comío por lo servío”, solía ser el resultado de todo un año de duro trabajo ¡¡Qué pechá...!!. Si las calamidades atmosféricas, plagas u otras, terminaban con las cosechas, aunque perdían dueño y aparcero, indudablemente el daño era mucho mayor para el aparcero. El de la tienda y el ditero, tendrían que esperar, y quizás, perder también, el que otro año le fiaran. Éste, o cualquier otro contratiempo, hacían a muchos trabajadores agrícolas el tener que emigrar para pagar la deuda contraída.

Para poder pagar parte de las pérdidas u otros extras, y poder continuar el próximo año, siempre se arrimaba algo con el cerdo de la matanza, cochinillos de crías (de una “guarra” o dos), con la venta de la leche de alguna cabra o vaca en propiedad; la venta de hortalizas y frutos del huerto, gallinas, caracoles, tagarninas, setas, espárragos y alguna peonada que podía echar de vez en cuando si la “aparcería” se lo permitía.

Las mujeres eran la base de todo, e incluso cargadas de niños: los dejaban corretear con la “pirula” al aire y ellas cuidaban animales, su casa, de esos niños, los abuelos..., ¡¡y arrimaban el hombro en las faenas del campo, casi na!!.     En fin, como aún hacen algunas, que todo lo tienen “escamondao” y no “percoío” como otras… ¡Pero es que antes -y estamos hablando de mujeres de campo-, hasta tenían que llevarle a su marido la comida al tajo!. ¿¡Y el hombre qué, no ayudaba en casa...!? ¡¡Pero si trabajaba de sol a sol, como iba a ayudar…!!

Todo lo que se le arrimara al fruto del trabajo era insuficiente para tan dura vida, algunos años se terminaba endeudado con el propietario de los terrenos, y éste endeudamiento solía acumularse al correr de la trampa que nunca terminaba (emigrar era la solución), ¡cómo para volverse uno “majarón”! Ni que decir tiene, que en el trato con “los señoritos” (dueños), según quien, podía recibir algún miramiento de ellos, “estar mejor mirao”. No se puede negar que entre ellos habían personas, incluso familias enteras, de muchísima calidad y benevolencia, aunque costaba encontrarlos. Para ellos la vida también era dura, dura como ellos. Todo era dureza, y así se aprendía y vivía; unos eran más y otros menos “aprovechaos”.   A todos endurecieron la guerra. No hay guerra buena, todo lo deja “descuajeringaos”, según dichos de los viejos campesinos: en las guerras civiles todo es un “falserío”, después todos quedan “reveníos”, y de ellas surgen los más valientes que en muchas ocasiones eran los más cobardes, los más “jiñaos”.

PRE-EMIGRACIONES ANDALUZAS 

Si bien, a lo largo de la historia han existido muchas y distintas oleadas migratorias (hoy, actualmente, las vemos a diario en los periódicos y telediarios) que han afectado a toda la humanidad. Andalucía no iba a ser menos, España en general tampoco. Nuestra tierra andaluza, habitada desde la Prehistoria, ha sido una ida y venida de diferentes pueblos, lugar de paso y de llegada, forjando nuestra forma de ser, el carácter y la idiosincrasia propia de la comunidad. En los dos últimos siglos se produjeron las mayores cifras de emigración andaluza hacia otras regiones españolas y hacia afuera del país (países europeos y americanos). En nuestra zona, ha sido primordial para recibir pioneros (y antiguos invasores), el Estrecho de Gibraltar, ¡la de “camballás” que han dado desde siempre los campo-gibraltareños españoles, y con ello el pueblo “andalú”, no parando en “cambiarse de camisa” –si era necesario-,  para poder salvar el pellejo ¡O tener que rellenar los vacíos de esta complicada y bélica zona con personas del centro y Norte de España, como hicieron los Reyes Católicos tras la expulsión de los moriscos!.

La emigración normal (ni invasión ni conquista) por mejor vida o trabajo, nunca es tontería o “chuminá”, sino necesidad, e incluso al hombre le pasa como a los animales, es hasta bueno el “cambio de sangre” para fortalecer las civilizaciones, ¡¡no ni ná...!!.

Francisco Moreno “El Pipeta” y otro,
arando en un pedregal, año 1.943
LA “BINA DE LA REMOLACHA”

La “bina” de la remolacha eran varias las labores, como se dice al principio. Entre otras herramientas que se utilizaban, había una llamada “bineta”, que era como un “escardillo” pequeño de pala más ancha y con una curva muy pronunciada (también existe la de palo recto sin curvas), por tanto el trabajo había que hacerlo agachado. Se hacían al mes varias hectáreas de terreno con unos lomos muy largos que se perdían a la vista. Se trabajaba de sol a sol, pues a veces era por cuenta y pocas a jornal “¡pa los churombeles to el jornal es poco!. “¡Lomos..., que reventaban de dolor al lomo y a los riñones!”. “¡Todo el día “agachao”, parecía que se le partía a uno la cintura y el cerebro se caía al suelo!”. “Al principio había quién no podía soportar tanto dolor y escardaban de rodillas o sentados, hasta que poco a poco el cuerpo se hacía al sufrimiento que siéndolo ya, no lo era tanto”. ¡Una “pechá” que para ganar algún dinero te tenías que pegar!. “¡Es trabajo de bestias, no de humanos!”. También estaba el que no era capaz de aguantar ese trabajo y se volvía a España a los pocos días. Si embargo era un “pejiguera” contando mentiras para justificarse.

Las fincas que aún no tenían tractores y sus aparejos, (en Francia, por entonces, no todas las fincas tenían aún las maquinarias o los aparejos necesarios para sacar la remolacha) solían hacer la “saca”, que también era un trabajo muy duro, pues tenía que arrancarla con una “furca”, que era un palo largo y en sus extremos dos pinchos de hierro con los que se pinchaba en la tierra y se extraía la remolacha. Algunas mañanas estaban “cuajadas” (heladas) del fuerte frío, y había que volverse a la “Ferma” (espera). Una vez arrancada se le cortaba la parte vegetal, a esta faena se le llamaba “pelarlas”; a continuación se cargaba en la carreta o en el remolque (según que tiempos), y se transportaban a almacenes o hasta el camión para la fábrica.

El idioma era un gran problema y los abusos de algunos “patrones” otro. También se toparon con patronos/as estupendos/as, aunque también los había “una mihjilla de saboríos”.

En algunos pueblos españoles, previamente, se les solía hacer un reconocimiento a los emigrantes “listados” (con permisos de trabajo), el más duro lo solían sufrir en las fronteras. A los que iban para Francia (en este caso) el reconocimiento más duro lo hacían en la frontera de Irún. Algunas personas que tenían una mínima dificultad física las echaban para atrás y tenían que volverse a su pueblo. Para la persona en cuestión esto le podría afectar psíquicamente, aparte de que para ellos era una verdadera tragedia y a veces hasta una gran vergüenza. En Irún podían permanecer hasta tres días, así que cuando volvían para atrás habían pasado hasta cinco días cuyos gastos corrían de sus bolsillos y adiós contrato.

En Irún esperando reconocimiento médico:
Francisco Moreno González “Pipeta” y otros
LA LOCOMOCIÓN DE LOS EMIGRANTES, EL SASTRE, LAS COSTURERAS

El medio de locomoción: el tren. En aquellos primeros trenes españoles de chimenea y carbón ¡un desastre por entonces!, con asientos de madera durísimos y un tracatrá penoso, y que no se te ocurriera mirar por la ventanilla, pues te caían motas de “carboncilla” (carbonilla). Después se modernizaron un poco con la máquina de gasoil, pero los vagones de pasajeros seguían igual con aquellos asientos durísimos e incómodos a no poder más. A los que emigraban la tristeza les invadía conforme se alejaban de su familia y de su tierra, se iban dejando un poquito de su alma en cada kilómetro que iban dejando atrás. En boca de casi todos: “encogío” se me iba quedando el corazón, y no se me soltaba hasta el regreso.

Sobre los años cuarenta en adelante, cuando comenzó una nueva era de emigración, con la venta de terrenos y parcelas por “Los Mares”, algunos se endeudaron y los más -trabajadores agrícolas en su mayoría- quedaron necesitados de trabajo teniendo que emigrar al extranjero para paliar las necesidades aquí existentes (y eso que, este valle, éste ficticio paraíso, fue tierra de llamada para trabajadores desde los tiempos de Los Larios hasta incluso con Los Mares: -Juan Marx y sus familiares-); sin querer alejarme en contar historias de civilizaciones fenicias, romanas y anteriores cuyos vestigios aún perduran por estos lares.

Ya decíamos que era raro la persona (salvo los ricos de siempre) que podía tener más de dos cambios de ropa, uno para tenerla puesta y otra para que se fuera lavando (y algunos ni eso); de ahí el comenzar las necesidades que habían con la historia del trajecito (que fue verdad) y que por entonces también, cualquier persona que necesitara un traje, no le quedaba más remedio que traerlo desde Ronda, La Línea o Algeciras, y salían caros (ahora los hay de todos los precios), por tanto acudían, por las facilidades de pagarlo, a que se lo hiciera Cárdenas “El Sastre” de Jimena, a quién los más antiguos hemos conocido, cuyo sobrenombre siguen llevando -a mucha honra, sus inmejorables hijos-, casi todos excepcionales cantaores y cantantes. Hay que recordar también, que las niñas que podían, desde pequeña aprendían a coser, se hacían sus propias vestimentas o arreglaban para la calle.

Las “costureras” eran muy solicitadas y habían algunas tan especialistas que llegaban a rozar la sastrería. Estas solían tener siempre a su alrededor a niñas que sus padres les llevaban como aprendices; conforme iban superándose le facilitaban mucho el trabajo a la costurera jefa, que solo iba supervisándolas. De este modo podía hacerse cargo de más trabajo. Más tarde, ya muy perfeccionadas, se asentaban por su cuenta, o trabajaban en tiendas de ventas y confección; aunque la mayoría cumplían la costumbre: “casarse siendo buenas costureras, o casarse sabiendo coser, lo que era muy tenido en cuenta por los hombres para escoger a la esposa perfecta, a una mujer de su casa”. Menos mal que los tiempos cambian y nuestras mujeres están ocupando el lugar de igualdad que nunca debieron perder y siempre debieron de tener.

REPASO DE HISTORIA RECIENTE

Nunca deberemos dejar detrás el valor de la LIBERTAD, esa palabra que a veces sigue fallándonos, aún falla, y no la conocemos completa. Muchos luchábamos por conocerla cuando ni nos dejaban hablar de ella, y muchos hemos de luchar aún, pero creo que ya le toca al joven, aunque nosotros sigamos peleando por pensiones dignas después de tanto trabajo realizado e impuestos pagados. Pero...., sin olvidarnos nunca de vivir y de disfrutar, y si es que los años o las enfermedades nos dejan.

Por eso son necesarias las fiestas, las amistades, la familia, la risa y el bienestar: para mantener las buenas sensaciones. Por eso hemos de acordarnos de los desposeídos de salud, especialmente. Una visita, un abrazo, una risita, un beso, el amor y el cariño no tiene precio y ahí, dentro de cada cosa, hay un buen trozo de felicidad que al sano alegra, al enfermo mejora y a muchos cura.

¿Puede nuestra actual juventud, ponerse en el lugar de la de entonces?, -hablo de los pobres, no de los ricos- aquellos que se criaban sin escuelas (si acaso un maestro ambulante), aquellos que ya desde los 7 u 8 años guardaban, desde que salía el sol hasta que se ponía: cerdos, cabras, ovejas, vacas... y se acostaban sin cenar. Incluso ya, con 10 ó 12 años, aprendían a arar con yuntas de burros, mulos, caballos y bueyes por terronales y pedregales, calzados con alpargatas de espartos, o sin ellas todas desgastadas, con pantalones remendados y trabajando por la comida y la cama. Esclavos en un país de huérfanos, viudas y personas de cabeza gacha, ojos tristes y miedo, mucho miedo...

Tirones de pelos al espulgárseles: hermanos de piojos y liendres; recuerdos de soldados, bombas y fusilamientos, aceite de ricino y mujeres peladas al rape. Miedo, miedo rojo..., y todo comenzó también con el miedo azul (por llamarlo de alguna forma); represalias, ajustes de cuenta, ¡no hay que olvidarlo!, el miedo no tiene esquinas, ni color, pero si sabor, sabor a sangre, sabor de izquierdas y sabor de derechas, sabor rojo y sabor …

El “deshumanismo” (parece que suena a personas de cualquier índole y sin alma) posee dos brazos con sus dos manos: diestra y siniestra, o lo que es igual, una izquierda, la otra derecha, y ninguna se libra de la fuerza del cuerpo cuando la mente del odio estalla... Ambas están cargadas de energía negativa o positiva, y ambas, de malaleche, mucha malaleche... Menos mal que también hay excepciones (enormes corazones), muy buenas excepciones, para que el hombre y la mujer puedan ser llamados “seres humanos”, ¿o no?

IZQUIERDA: - ¡Depende, la Naturaleza manda...!, ¿o no?-. DERECHA: - ¿Y yo que soy de centro, qué?. IZQUIERDA: - ¡Todo dependerá de las circunstancia y del momento! ¡¡Si es que somos como animales!!. DERECHA: - ¡Nooo...! IZQUIERDA: - ¿No, qué? DERECHA: - ¡Pues que no…! IZQUIERDA: ¡Pues vaya! DERECHA: Vayamos, se dice vayamos... IZQUIERDA: ¡Pues vale…! YO: ¡Jodeer, se han puesto de acuerdo…!

5 comentarios:

Curro Jarillo dijo...

Gracias por recordarnos lo duro que era la vida.
Es bueno recordarlo y que no se nos olvide.
Enhorabuena , Cristobal ,por tu relato tan detallista .
Gracias a Dios, la vida hoy es un poco más facil para todos (¡ o casi todos ! ).

Ignacio Trillo dijo...

Enhorabuena por el trabajo, Cristóbal. Que no se pierda por el olvido de dónde se procede. Cordiales saludos. Ignacio Trillo.

Anónimo dijo...

Entretenido fin de semana, ameno y hasta nostálgico, diría yo, pero intenso y sabiendo a historia, a viejo, a otros tiempos, y, pareciendo mentira hasta añorado, y no por duro si no por que se era joven. Joven en una combativa vida que no se puede olvidar.
Cristóbal, efectivamente, así era la vida en esos tiempos y a retazos como capítulos a sopetón nos la recuerdas a los mayores y se la cuenta a los jóvenes. Si, hay que contar lo pasado con esa cruda realidad para que no se olvide, para aprender y saber lo que tenemos y a lo que nos hemos de atener para no tropezar de nuevo en la tremenda miseria y deshumanismo que nos tocó vivir a los vivos y que mató a los muertos.
Recordar es aprender de lo bueno y repudiar lo malo y hay mucha fertilidad en tus relatos Cristóbal, sean largos o cortos, y también hay calle, mucha calle contada con nuestras bulgares palabras: con los dichos, con lo andaluz pueblerino y comarcal, con lo antiguo y coloquial, y con el costumbrismo culto entrelazado. Hay para todos y creo que todos entendemos ese lenguaje al que quieres que nos asomemos.
Ah!, porfa, no nos deje tanto tiempo sin tus historias, que tenemos hambre de ella...

Anónimo dijo...

Excelente el trabajo, Cristóbal. Has dibujado maravillosamente ese día a día de la gente de nuestro pueblo, cuando de verdad había necesidades. Sigue contándonos vivencias que puedan perdurar en el tiempo. Enhorabuena.

Anónimo dijo...

Si non è vero è ben trovato . Bravo Pipetta, ¡ Bravissimo ! .