domingo, 29 de septiembre de 2019

"Las travesuras de Cupido: El comerciante celoso", por Eduardo Navarro "Er pedagogo jimenato"

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De su blog Andalucía y la Educación.
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Las travesuras de Cupido: "El comerciante celoso"
 
En esta ocasión quisiera hacerles llegar una historia plena de infidelidades, de pasión, de erotismo y de quienes tratan de reducir el amor a una simple posesión. Por ello, cupido de mí, no dudé en entremeterme, ya que no podía  soportar que una hermosa mujer se sintiera cautiva en su propio hogar.


Al fin y al cabo, es tan sólo un granito de arena a lo largo del tiempo lo que busco, con mis travesuras y mis dardos certeros, para que las personas no tengan pudor de confundir el amor con los más profundos de sus deseos.

Los hechos que aquí les narró ocurrieron nada menos que  el sur de Hispania, en Baetica, la más romanizada de las provincias lejanas de la urbe, “que hicieron de la antigua Turdetania una segunda Italia”.  Aquí nacieron, entre otros, el tratadista de agricultura Columela, el filósofo Séneca, el historiador Pomponio Mela o el poeta épico Lucano. También nació en esta provincia uno de los más grandes emperadores y el más enigmático de todos ellos, Adriano, que reinaba en todo el Imperio Romano en el mismo momento que sucede este relato.
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Aunque antes, pongamos en antecedentes. Libón era un hombre sobrio, de enjutas carnes, que reflejaba en su rostro los años de esfuerzos para llevar a adelante a sus dos hermanos pequeños, tras la muerte de sus padres.

Ciudadano de OBA, municipio que se emplazaba cerca del Estrecho, rodeado de la vía que comunica Carteia-Corduba. Situado como un puesto de vigilancia hacia la vía interior comercial que unía la importante ciudad portuaria de Carteia, con Corduba, capital de Baetica.

Libón se había convertido en un rico comerciante de prestigio. En ese momento se hallaba cercano al foro y esperaba con inquietud la llegada de un cargamento de perfumes. Era el día de las denominadas nundinae, día de mercado y ya había comenzado.

Toda una vida de esfuerzo que se veía recompensada en la educación que le había dado a sus hermanos y, sobretodo, en Anna su hermosa y joven esposa. Allí estaba, en el mercado, con su fiel esclava Pardalisca. A lo lejos, se cruzaron las miradas de Anna y Libón, ella inquieta y él... ¡la quería con tanta ternura!

Momentos antes, Anna caminaba hacia el mercado con tristeza, como siempre que salía de su hogar de la mano de Pardalisca, la vieja criada que había sido la nodriza de Libón cuando era pequeño.

Pardalisca apartaba a cualquiera que se le acercara con brusquedad, ni toleraba de su ama la conducta deshonrosa de divertirse en el puesto de extrañas esencias, apartándola de los malévolos puestos de perfumes.

Anna recordaba la infancia con su madre, como le había enseñado a distinguir y estimar sus diferentes matices, recordaba que cuando sus fragancias llegaba a su pecho zarandeaban todos sus sentidos. Aquí era su esposo quién los importaba al mercado y quién no dejaba que los oliera siquiera. Por ello, cuando cruzó la mirada con Libón,  sentía la mirada de un padre severo, al que se quiere,  no a un hombre al que se ama.

Libón tenía que viajar a Astigi para cerrar unos negocios, lo que suponía unas semanas fuera de casa. Estaba muy preocupado...
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Ya que en los primeros tiempos de Roma, no se permitía beber vino a las mujeres, especialmente a las de buenas familias y Libón era muy tradicional. El vino podía hacer llegar a perder el decoro y caer en el adulterio, lo que sería toda una vergüenza para la familia y no sabría quién era realmente el padre de sus hijos.

El mismísimo Juvenal llega a decir “Mulier si temetum biberit domi ut adulteram puniunta”, “si una mujer bebe vino en casa, ha de ser castigada como una adultera”  ¡Qué barbaridad! Siendo hijo de Venus y el más ferviente seguidor de Baco, Dios del Vino, me parecía una atrocidad.

Libón conocía la costumbre de usar los besos en la boca de sus familiares para utilizarlo como control de alcoholemia de la fidelidad. Así que ordenó a su hermano mediano, que estuviera cerca y ante cualquier ausencia le diera un beso en la boca a Anna, para asegurarse que estaba abierta la puerta de la virtud y cerrada la del vicio.

¡Ay pobre infortunado! Mira que no saber que al igual que las nueces tienes que partirlas para comerte sus frutos, también el amor necesita de besos para que se llene de éxitos sus aventuras.

Al principio, se sentían sofocados ante cada beso, aunque eso sí, llegó el momento que Anna salía del patio central o atrio de su hogar, hacia su cubicula para descansar y como era algo pasajero, volvía de inmediato al atrio a besar de nuevo al joven. Su hermano, no paraba de vigilar la labor diaria del hogar, y eso que nunca antes le había preocupado por esas labores, de inmediato retornaba al atrio para besar a su cuñada.
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El caso que como no se atrevían a dar el paso, tense mi arco y embriague las puntas de mis flechas con mágicos hechizos de amor. Y con disparos diestros logré desinhibir el recato que los retenía.

Lo que hiciera que cada noche, cuando no se oía nadie en el hogar, se acercara al cuarto de Anna, con una vasija del néctar de Baco bajo el brazo, dispuesto a dar y recibir caricias. Aunque los jadeos de placer de medianoche llegaron a escucharse en la Domus más cercana, el hogar de sus vecinos, que estaba a más de una milla de distancia.

A la vuelta de Libón notaba que le habían crecido ciertas prominencias en la cabeza, fuese por la agudeza para en estas cuestiones de un celoso recalcitrante, fuere porque Anna y su hermano se quedaban perdidos en las miradas del uno al otro, bajo la adusta mirada de criada Pardalisca, se lo tomo muy en serio.

Así que a la mañana siguiente anunció que casaría al mediano de sus hermanos con una joven  de Astigi, que significaba una buena relación comercial para la familia. Anna se llenó desesperación y llegó a pensar que nunca en la vida superaría ese trance y jamás amaría a otro hombre.

Libón, como necesitaba marchar con su hermano para iniciar los preparativos, encomendó la misión de control de la alcoholemia a su hermano pequeño. Lo hacía con confianza, porque siempre estaba distraído con papiros y poetas.

Y como acabamos tropezando en la misma piedra, así como eso de que hay que pelar las nueces para comer sus frutos y colmarse de besos para que llegue el amor, ocurrió lo que se veía venir.

El joven, nada más partir sus hermanos se acercó a su cuñada y con todo cuerpo temblando le dijo:

-         Venía a por... por... (le costaba articular palabras delante de ella)

Anna por su parte, que había prometido que no volvería a amar de nuevo, se había dado cuenta en ese momento que era el más hermoso de los hermanos y el que tenía los labios más carnosos. No pudo evitar, un tanto turbada, acercarse al encuentro de su joven cuñado, besándolo dulcemente y diciéndole:

-         ¿Crees que me he estado entreteniendo con el néctar de Baco?

Ante esa situación, tienen que entenderlo, tenía que cumplir con mis obligaciones de nuevo, así que a desgana me dispuse a tensar mi arco y las flechas las embadurné..., esta vez con una doble ración de pócima de amor. Tras mis disparos certeros, dejé que los jóvenes disfrutaran su momento, una pícara sonrisa se dibujaron en mis labios, porque preveía que la joven encadenada en su propio hogar, en breve se iba a estremecer, reiteradamente, con las labios carnosos del joven.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Bernardo un poquito de vigilancia por favor.
Entre Eduardo y Mata van a hacer que Buceite sea para mayores de 18 años. Tanto hablar de lo mismo mira como no se les ocurre una cosa sobre la vida de los santos que son tan bonitas y de ejemplo para la juventud.
Eso gracias.
Carmen

Anónimo dijo...

Dice el refrán que "Santo que mea maldito sea"; así que, arrímate a un santo y verás que bien mea...!