"Los Larios y la Casita de Campo", por Ignacio Trillo

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Introducción

Un halo de misterios acontecía cada vez que de pequeño iba en coche de paso desde la localidad de Jimena de la Frontera a San Martín del Tesorillo con destino final a la playa de Chullera.

Primero, como un miembro más de la familia, bajo la conducción al volante de mi tío veterinario, Domingo Casas Castro, en su viejo Ford, que aprovechaba estos ociosos viajes costeros de fines de semana para ir por el camino vacunando el ganado de las fincas que se hallaban al lado del trayecto. Asimismo, se adentraba en algunas casas del Tesorillo que tenían animales en sus corrales y cuadras, para a continuación seguir la carretera teniendo que atravesar el deteriorado puente de madera que existía sobre el río Guadiaro hasta El Secadero, para proseguir transitando por aquella infernal carretera llena de baches hacia San Enrique.

Pasado el tiempo, igualmente acontecía en el Seat 600 conducido por mi padre, esta vez para ver a su amigo tesorillero de calle Larga, Rogelio Blanco Guerrero, alcalde pedáneo del núcleo de población; e ir después, a dios gracia por un puente de obra ya construido, en dirección a Torreguadiaro, al hotel Patricia, para que, en tanto los varones cabezas de familia charlaban de sus cosas municipales en la terraza con tapeo incluído, los niños debidamente protegidos por salvavidas nos bajábamos a la playa Ensenada situada a sus pies para bañarnos.

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