sábado, 12 de noviembre de 2016

"El laberinto del principio y el fin", por Cristóbal Moreno El Pipeta

Mi amigo Juan, “El cabrero”, que parece un lelo, es poseedor de una inteligencia innata, se había centrado profundamente en las teorías del universo del famoso científico Stephen Hawking: “El big bang, los agujeros de gusanos, los agujeros negros y el poder viajar en el tiempo a la velocidad de la luz, entre otras”. Su finalidad: entender el tiempo y el por qué se envejece.


«Los agujeros negros no son tan negros». Siempre se escapa alguna energía de ellos. Los planos ondulados o doblados del universo poseen agujeros negros que los traspasan. Lo que entra en ellos se comprime hasta el tamaño mínimo de lo no visto ni conocido; y pasan hasta la cara inversa del plano donde su energía se expande y vuelve a reconstruirse en lo que eran dentro de un mundo paralelo. Eso le habían explicado, pero por mucho que se centraba en estas cuestiones no llegaba a estar de acuerdo.

Mentalmente navegaba hacia atrás en la lejanía del tiempo: siempre existiría un algo que llevaría a otra cosa, no había principio ni fin; la energía se transforma pero es eterna; la transformación posee caducidad y vuelve a ser energía; todo es energía. Un mundo infinito de energía, con el solo término del tiempo igualmente infinito, que va penetrando en otro tiempo vacío que lo absorbe, y allí sigue la transformación energética. El tiempo es energía y la energía tiempo y ambos, imanes de un todo. La clave está en el tiempo.

Si consiguiera llegar al núcleo del tiempo él lo sabría todo. Para eso tendría que detenerlo, o mejor aún, pararlo ¿Y cómo se para al tiempo?

Después de mucho pensar solo llegó a la mejor y única de sus conclusiones: “El tiempo de cualquier persona o cosa se para haciéndole una fotografía: envejecería la fotografía pero no la persona ni la cosa”. Por tanto el tiempo está en lo vivo y en todo (ya que también envejece la fotografía) y no tiene principio ni fin a igual que el propio universo.

Él era una persona cristiana, creyente, y ahora con dudas sobre la teoría del big bang origen del universo. ¡¡Inexcusablemente hay un Dios!!, -pensaba- ¿pero qué pudo existir antes del cataclismo..., nuestro Dios Jehová...? ¿Y antes de él otro Dios...?, se preguntaba. No había fin -se atrevió a decir-, ni tampoco principio: sino una sucesión de dioses. ¡Vaya, vuelvo a justificar el principio!

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