lunes, 1 de octubre de 2012

"La lectura", por José Antonio Hernández Guerrero

La lectura -manantial, río y mar- es una de las actividades que más contribuyen a ensanchar, a profundizar y a elevar la vida humana: nos proporciona un conocimiento supraindividual y nos abre unos caminos anchos, dilatados y divertidos; nos descubren unas verdes avenidas, que nos acercan a la libertad verdadera; es un inagotable motor de superación personal y un mecanismo impulsor de cambios saludables y de ilusiones nutritivas; es un lazo que liga el pasado con el presente y con el futuro e, incluso, es una práctica terapéutica que nos ayuda a reconciliarnos con nosotros mismos y nos empuja, amigablemente, a luchar para no ser presas prematuras de una muerte inevitable.
Los libros -monumentos y, simultáneamente, documentos- son veneros inagotables de desmesuradas esperanzas y de obstinadas nostalgias; nos hacen sentir la realidad actual y desentrañar su misterio interno; nos obligan para que no nos limitemos simplemente a transitar por la vida sino a que la examinemos detenidamente, para digerirla y para vivirla, y, además, nos descubre nuevos mundos, nos relacionan con personas insólitas con las que, unas veces, nos identificamos o con las que, otras veces, por el contrario, discrepamos.
Son resortes desencadenantes de pasiones sin fin, símbolos de una realidad que nos trasciende y nos intriga; guías que nos orientan en la permanente búsqueda de nuestra identidad, acompañantes que nos llevan al reencuentro con nosotros mismos a través de los reflejos cambiantes en el espejo de los personajes insólitos; son retratos en movimiento que nos facilitan el reconocimiento de comportamientos nuestros.
La lectura nos estimula la reflexión sobre nuestro ser y sobre nuestro actuar, sobre nuestra realización humana y sobre nuestra trayectoria biográfica. Un buen libro nos educa el buen gusto y nos enseña a valorar lo bello. Leer de manera exigente y, al mismo tiempo, arbitraria, es la única forma de aprender a leer aprendiendo y disfrutando: nos hace tomar conciencia de nuestra existencia y estimula la capacidad crítica y racional que nos mantiene tensa esa inquietud por el crecimiento espiritual, por la palabra precisa y por la imagen bella, por la perfección estética que nace de la filosofía griega.
La lectura nos hace herederos de inmensas fortunas que superan toda nuestra limitada capacidad de disfrute. La lectura es la escuela más grata para la niñez, es el taller y el hogar más acogedor para el adulto y es el asilo más confortable para la vejez. Es la flecha que dirige nuestros anhelos; es el arco que impulsa y concentra, en una armoniosa unidad, las múltiples voces de los personajes. Es la voz que hace imposible el olvido y, por lo tanto, el silencio definitivo. La lectura agrupa los mundos complementarios de la imaginación y de la realidad en el universo unificador de la palabra y, cuando es atenta, proporciona una felicidad más intensa, más honda, más completa y mejor repartida entre los hombres. El libro, puente levadizo de encuentros y de desencuentros es una prueba de amor y de respeto: es el mejor regalo y la expresión más elocuente de gratitud y de afecto.
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*** Enviado por José Antonio Hernández Guerrero, catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y Director del Club de Letras de la Universidad de Cádiz, escritor y articulista

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