lunes, 8 de abril de 2019

"Katral", por José Ángel Grau

José Ángel Grau Fernández es escritor, y profesor del CEIP Cristo Rey de San Pablo de Buceite.
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“KATRAL”

1. DESPERTAR

Las horas del reloj pasaban de una manera lenta, apaciguada, gota a gota… En sus manos, tan solo una hoja con un dibujo.
En rededor, un olor fuerte a etanol, el sonido de varias moscas y el insoportable calor veraniego de agosto. Mientras volvía poco a poco en sí, trataba de descifrar los intensos dolores que iban apareciendo en cada una de las partes de su cuerpo: el cuello, el costado, los dedos, las tibias (ese era el dolor más insoportable de todos), los pómulos... Su boca estaba seca, con un aliento pesado, brumoso, alejado de toda frescura anhelada, y cercana a la deshidratación. Al girar su cabeza, vio que una de sus venas estaba enganchada a un gotero, justo detrás suya. El gotero estaba unido a otras bolsas, algunas de ellas ya acabadas, y otras aún intactas, sudando en su exterior, producto de la incesante humedad del lugar.

Trató de recordar qué le había llevado a ese lugar. Se esforzaba de una manera hercúlea en vislumbrar el último momento en que había estado consciente, pero los intentos eran yermos. Trataba de soslayar esa inquietud, más ni esa quimera lograba. Sus ojos le pícaban, brotaban esbozos de lágrimas por sus cavidades oculares. Una mosca se posó en su nariz, sacó la lengua y se la comió. El sabor amargo de la carne de insecto le alivió la parquedad de su boca, lenta y adormecida. Al notar el contacto del insectívoro en su faringe, se produjo una arcada involuntaria, que ni aire expulsó. Solo la mosca, con su movimiento casi automático, aún viva, provocaba un sonido tan repetitivo como inútil. Al final paró de moverse. La mosca.

Volvió a mirar la hoja. El dibujo le recordaba a algún garabato prehistórico que había divisado en sus innumerables visitas a alguno de los dólmenes ubicados en el sur de España. Cada movimiento que hacía, a medida que volvía más en sí, le hacía descubrir un nuevo dolor en su dolorido cuerpo. No oía más que el sonido de las moscas, mientras el calor iba in crescendo, y su sequedad bucal se hacía cada vez más molesta.

Miraba la hoja una y otra vez. Era un ser con cabeza enorme y cuerpo delgaducho. Algo así como los dibujos tantas veces observados al sur de Argelia, en Tassili. Alrededor del dibujo, formas geométricas: rectángulos, triángulos, círculos. .. Todo muy sencillo, básico y prehistórico. De repente, se empezó a oír, tímidamente, el sonido de la lluvia golpear en lo que parecía un techo de uralita. Casi al unísono, un veloz petrecor penetraba por sus fosas nasales, enchufando sus recuerdos y acicalando su luminiscencia poco a poco, suavemente, como un amanecer etéreo. Deseó más que nunca estar mondo, más no podía moverse, casi. Cada movimiento venía acarreado de un enorme dolor punzante, maligno, detestable.

Sus ojos pretendían, de una manera enfermiza, alimentarse de ese dibujo que permanecía mudo, sin decirle nada… Hasta que descubrió una pista. A ambos extremos de la hoja, las formas geométricas dejaban ver, claramente, dos letras griegas: a un extremo, la “kappa” (k); 3 otro extremo, la “lamda” (1).

-¡Ya está!- se dijo. Había averiguado lo que ese manuscrito quería decir, de una manera casi infantil, ¡cómo no se había dado cuenta antes!

2. LIBERTAD

Lentamente, fue volviendo cada vez más en sí, a medida también que sus dolores se hacían más punzantes. Hay un punto en el que la suma de dolores inhabilita a otros, por 10 que todos en sí crean una especie de fase de inmunidad que hace que ningún dolor sobresalga entre todos, y que ni todos juntos paren al sujeto. Lo primero que hizo cuando acertó a mover sus falanges derechas fue despojarse de la aguja que tenía pinchada en su vena aorta, en el antebrazo izquierdo. Sintió un gran alivio, tanto psicológico como físico. Su cuerpo estaba completamente desnudo, alimentando la situación en sí un halo de desprotección frente a las paredes silenciosas, pero opresivas, que rodeaban aquel antro. No se desprendía del trozo de papel en sus insípidas manos, lentas, casi acalambradas. Esperó un poco para ponerse de pie. Contó hasta tres... Uno... Dos... Tres...

Finalmente, hizo la intención de levantarse, pero ni siquiera desprendió su trasero unos segundos de aquella silla que crujió débilmente al dejarse caer en ella de nuevo. El mareo fue ostensible, por lo que desistió ipso facto de la idea de levantar su trasero de ahí. Volvió a mirar la hoja… Traté de recordar... Aquel viejo habitáculo se le caía cada vez más encima a medida que volvía en sí. De nuevo una mosca le fue a ronronear el brazo, husmeando la sangre que, tímidamente, brotaba de la herida de aguja de suero.

Miró hacia arriba y había una lucerna que dejaba entrar, tímidamente, algunos rayos de sol. Afuera parecía que amanecía. Libre de paramentos, las paredes de aquel simulacro de humero dibujaban una estancia imposible: no había puertas ni ventanas, tan solo esa cavidad en el techo, a unos 10 metros de altura. Imposible de alcanzar. Fijó su vista hipermetrópica en cada centímetro de la pared. La fue analizando milímetro a milímetro . .. Solo manchas provocadas por las sombras que avanzaban en el romper del día. El gollizo en el que se había convertido el lugar se fue ensanchando a medida que recuperaba el sentido. Y se hizo gigante en un instante, ¡divisó una falleba! Aquello era un trampantojo, pero no consiguió engañar a su vista. Le dio fuerzas ver que había salida.

3. SALIDA

Se cayó al suelo, más bien se tiró. Su objetivo era arrastrarse hasta donde estaba la puerta. El polvo en el suelo era casi de mantequilla. No podía ni siquiera imaginar el tiempo que había estado allí. Se encogía, en posición fetal, y se iba moviendo del lado contrario a donde tenía el pinchazo del suero. Iba tomando impulso y desplazándose. A mitad de camino, se le vino la luz, recordó...  Pero no quiso parar y dejar pasar la inercia de fuerza que le produjo esa falleba pintada de blanco manchado por el paso del tiempo pétreo.

Al llegar a la puerta, vio que el trampantojo en sí era la falleba. No existía tal, por 10 que ahora se encontraba ante el problema de que tenía menos fuerza que antes y alejado del alimento que le proporcionaba el suero. Se durmió de cansancio. Al volver en sí de nuevo, observó cómo la sombra que producía el sol había ganado terreno al habitáculo. Cada vez había más luz ahí dentro y más oscuridad en su cabeza. Necesitaba hidratarse con ese suero, de nuevo… El calor era insoportable. Se desplazó de nuevo hacia donde estaba el suero y la silla. Divisaba a lo lejos sus chambranas y le costó mucho más que antes desplazarse hasta el lugar. Mientras se enchufaba de nuevo la aguja del suero, fue recomponiendo en su cabeza todo 10 que le iba viniendo a la mente. Lo leído en el papel, con esas letras griegas (y lo que había enmedio) acabó por dar luz a todo su memento mori.

Nunca pensó que por el hecho de haber hallado un secreto oculto durante miles de años, iba a acabar de esa forma. Eso es lo que no lograba entender... ¿Quién habría tenido tanto interés en dejarle de esa manera? Fue componiendo en su cabeza todo el puzzle de la situación y sus recuerdos: los dólmenes, la antiguedad de las ciudades, la escritura... El, que tanto había luchado por descifrar las viejas escrituras ibéricas de la zona. Nunca se explicaron por qué apareció aquella Reina mora descontextualizada en aquellas huertas sin templos sustanciosos... La explicación la encontró y la clave estaba en las tres primeras letras de las ciudades: Cartago, Carteia, Cartaia, Carcaixent... Había muchos ejemplos, ¿pero de esa manera invertida? ¡Claro! Porque ese era el epicentro, la capital, el núcleo, el corazón. ..

4. FINAL

-¿Cómo llegó usted hasta aqui?- le preguntó el viejo agricultor.

-Imagino que fui yo misma.

-¿Usted misma?

-Sí. Al descubrir el secreto del lugar.

-Pero, ¿por qué permaneció oculto tanto tiempo?

-Este lugar era puerto de un gran lago, que por el otro lado conectaba con el mar. La arena,
con el paso del tiempo, tapó el núcleo del lugar. De ahí que, pasados cien años, no quedara nada.
Los custodios trajeron hasta aquí la sacerdotisa, esperando la paz, que nunca llegó, para desenterrar
los restos.

-Increíble historia.

-Así es.

-Por cierto, ¿qué ponía en el manuscrito?

-El nombre de este lugar.

-¿Pero no dijo Platón que era “Atlántida”?

-Fue una maniobra de despiste de los custodios. La clave estaba en las otras ciudades que
empezaban por CART. Esta lo hacía por CATR, y acababa en AL: “la ciudad madre”, en ibérico.

-¿Qué ponía en la hoja?

-Katral

Fin

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Imagen Dólmen de Menga, Antequera.  https://commons.wikimedia.org

4 comentarios:

Anónimo dijo...

La historia -larga para los pocos lectores de este pueblo-, es bonita e interesante; mucha maestría en el léxico de raras palabras. Por eso me ha gustado. Sin embargo, no he llegado a entender el mensaje ni ubicado la historia, aunque me haya ido por lo de la Atlántida, por el Katral de la India o por el Catral de Valencia, y ¿ahora qué hago yo con mis dudas y el sentirme más inculto por no haber llegado a despejar mi ilusión del final inesperado, o a clarificarlo?
Sé que hay leyendas (historias o no) que se dejan finalizar por el lector, y para que, buscando gramática, historia o geografía se culturice mucho más (capto el mensaje del maestro), pero al final me he perdido, lo siento.
Esto no quita un ápice a mi entusiasmo, posiblemente la rapidez de tragarme ávidamente la buena lectura ha hecho que me haya comido, sin digerir, algún detalle. Llegaré al creador para salir de mi apurillo. Muchas gracias, merece la pena su aportación. Espero seguir deleitándome con sus escritos, como con el de los otros colaboradores. Y aprovecho: ¡Menos política y más cultura! Gracias también al dueño del blog.

José Ángel dijo...

Gracias por el comentario... En efecto, estimado lector, el final es propiedad exclusiva de quien lee e interpreta la narración.

Es una obra cortita que he presentado a un concurso literario que se celebra en Carral, un municipio de Alicante. Pertenece la narración a un hecho inventado, no se ha localizado la Atlantida en dicho lugar... ni en nknguno. Pero si se descubrió hace pocos meses, en ese municipio, un tramo de calzada romana por la que tuvieron que pasar Aníbal y sus elefantes...

En cuanto a las "palabras raras"... tienen su explicación en que soy un fiel admirador de Azorín, un maestro de las palabras. Me gusta introducir palabras que pertenecen a nuestra rica lengua, que hacen bello un texto que puede gustar o no, pero se queda inmortalizado por esas palabras.

Un saludo.

Anónimo dijo...

Gracias maestro por ser como eres no puedo estar mas agradecida por lo que haces con nuestros niños gran tutor y gran persona !!!

Anónimo dijo...

Nunca mejor dicho MAESTRO, literario y de vocación.
Felicidades por esa narración que aunque es difícil de entender por los que no tenemos mucha cultura pero puedo asegurarte que me llegó.
Es un placer poder contar que has pasado por nuestro pequeño pueblo, pero ten por seguro que no te olvidaremos ni mayores ni pequeños.
Ejemplo de MAESTRO Y PERSONA.