lunes, 30 de marzo de 2015

Recomiendan: "Ocho minutos"

Leído en Diario Sur. Por su interés reproducimos este artículo.
FRANCISCO APAOLAZA

Dejó escrito Víctor Jara en 'Te recuerdo Amanda' que la vida es eterna en cinco minutos, pero estaba dando una cifra aproximada. Desde el martes, la eternidad son los ocho minutos que tardó en caer el Airbus 320 de Germanwings antes de hacerse confeti sobre una garganta alpina. 


Las causas, reacciones, las imágenes de los familiares y sus andares de urgencia hacia el pavor de la confirmación, las ambulancias quietas en baterías de impotencia, todo eso es nada comparado con la cifra del día: ocho. Todos esos minutos transcurrieron desde que algo descolgó el aparato de su trayectoria de paz lineal hasta que los animales de las cumbres dejaron de pastar y levantaron las cabezas al unísono, alarmados por un eco salvaje que aún ahora mismo -y para siempre, ya- retumba atrapado entre los valles.

Ahora que algunos lectores no quieren ver fotos de nada, como si les molestara la foto y no la conciencia de la realidad, que es lo que duele, pueden hacerse una idea de lo que hablamos con estas sencillas escalas: ocho minutos puede durar una batalla de cama y es también lo que tardan los humanos en salir del váter. Es un popurrí de chirigota en el Falla y cuatro veces 'Song for the asking' de Paul Simon -'Ask me and I will play / so sweetly, I'll make you smile'-. Alejandro Lemus Navas, un mexicano de 35 años, pasó ocho minutos sin respirar en su viaje a cien metros de profundidad bajo el agua y a pulmón, y Johannes Kepler descubrió con ayuda de un tal Ptolomeo que la luz tarda ocho minutos en llegar a la tierra desde el Sol en el que nace. Y otros ocho en volver. Eso se supone.

Qué vacía y qué larga, esa eterna bajada a los infiernos; qué extraño todo sin una llamada de emergencia, sin una conversación desesperada al móvil, sin un 'Siempre te querré' en una burbuja de whatsapp que asaltara un teléfono en una ciudad anormalmente tranquila. Poder despedirse del mundo siempre me resultó de una crueldad maquiavélica. Dios debía avisar a las personas de su propia muerte con una antelación de ochenta años, o bien ocho décimas de segundo. Todo lo que sea intermedio se me antoja un tiempo ingobernable. Nadie sabe lo que tardó Ícaro en caer, pero una cuenta atrás como esa es más de lo que cualquier alma debiera soportar. Para ir tomando la medida, pueden guardar ocho minutos de silencio.

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