viernes, 6 de febrero de 2015

"La crítica y la autocrítica", por José Antonio Hernández Guerrero

Algunas veces, las gentes sencillas, las que no son intelectuales, ni científicos, ni políticos, ni artistas, ni escritores: las que carecen de los conocimientos especializados de la Filosofía, de la Psicología, de la Sociología, de la Literatura o de la Estética, saben interpretar mejor la vida y descifrar con mayor rigor el significado de los episodios porque sienten, disfrutan y padecen de una manera más auténtica las consecuencias de las decisiones de los “intelectuales”, de los científicos y de los poderosos.


La explicación es sencilla: ellos, desde su perspectiva más inmediata, observan y viven la vida de una forma más vital. Con sus miradas directas y sanas, descubren esas realidades que los “observadores profesionales” no atisbamos. Estoy convencido de que si escucháramos con mayor atención y respeto sus comentarios, descubriríamos, además, las profundas contradicciones en las que caemos los que nos dedicamos a adoctrinarlos. Y hasta es posible que sus comentarios nos ayudaran a reconocer cómo, en el fondo secreto de nuestros afanes éticos, sociales, políticos o religiosos, anidan gérmenes ocultos de codicia, de orgullo o, incluso, de envidia.

Como ejemplo nos pueden servir los comentarios avinagrados que, condimentados con excesiva dosis de ironía y de sarcasmo, a veces utilizamos nosotros para zaherir de manera inmisericorde a los que no son de nuestra cuerda. En mi opinión, si los que nos dedicamos a “criticar” examináramos de manera sincera y permanente nuestras actitudes y nuestras conductas, es posible que nuestros análisis de los comportamientos ajenos fueran más respetuosos, más amables, más comprensivos y más acertados.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lleva usted toda la razón y es que a veces los árboles no os dejan ver el bosque.