sábado, 6 de julio de 2013

"El nuevo lenguaje de Francisco", por José Antonio Hernández Guerrero

Si ha sido sorprendente la considerable extensión con la que los medios de comunicación han tratado la dimisión de Benedicto XVI y la elección de Francisco, resulta aún más insólito el notable interés con el que los periódicos que, hasta hace muy poco, casi ignoraban el hecho religioso, siguen comentando las palabras y los gestos con los que, diariamente, el nuevo Papa explica los contenidos de su importante misión. Quizás una de las razones del aliciente mediático que su figura despierta sea el acentuado contraste que salta a la vista entre los rasgos que, según los expertos vaticanistas, prefiguraban el perfil del “eminentísimo cardenal” que sería elegido, con la imagen sencilla del sacerdote jesuita que apareció en el balcón de la Basílica de San Pedro el catorce de marzo del año pasado.
En la semana que duró el cónclave se hicieron previsiones aplicando como criterios la nacionalidad, la edad, la pertenencia a las instituciones eclesiásticas, la experiencia diplomática, el dominio de las lenguas e, incluso, la orientación geopolítica de los candidatos. En escasas ocasiones, sin embargo, se consideraba el perfil evangélico y pastoral de la persona que sería llamada a guiar la Iglesia en el mundo de hoy para encarnar los mensajes fundamentales del Evangelio.

Si es cierto que la misión de la Iglesia es ser fiel a la predicación de Jesús de Nazaret, también es verdad que la credibilidad de esta institución depende de la fuerza del testimonio vivo de las personas que, en cualquier nivel de responsabilidad o de función, tienen el encargo de explicar el evangelio mediante el servicio a los hombres y, en especial, a los más necesitados.

Es compresible que la elección del padre Bergoglio haya sorprendido a propios, y que los cambios de hábitos papales haya causado estupor a los extraños tan acostumbrados a unos ritos alejados de la sencillez del Evangelio. Sus claros mensajes verbales y sus sencillos gestos constituyen unos convincentes signos de su nuevo estilo pastoral que alcanza su sentido si los ponemos en relación con las palabras y con los gestos de Jesús de Nazaret. El Papa ha querido dar de sí la imagen que corresponde al modelo de sacerdote como “buen pastor”, como servidor que no sólo va al encuentro de su “grey” sino que se mezcla con las gentes hasta llegar a irradiar, más que “olor de santidad” o la “fragancia de incienso”, el “tufo de las ovejas”. Ésta es, según Francisco, el aroma –natural y saludable- que ha de desprender el que, en vez de estar encerrado en los lujosos y artísticos apartamentos, habita en los espacios, a veces sombríos, de los hospitales, de las residencias de ancianos o de los colegios de niños pequeños. Como ejemplo ilustrativo nos puede servir el encuentro de Francisco ha celebrado hace unos días con los niños y con los jóvenes de las escuelas jesuitas de Italia y de Albania: cuando Caterina se dirigió al obispo de Roma, tras escapársele un "usted", lo corrigió inmediatamente por un "tú" porque intuyó que aquel hombre vestido de blanco era un padre, un amigo o un hermano mayor y que, por lo tanto, la distancia artificial y la solemnidad hierática traicionaría el clima de familia que están llamados a generar los discípulos de Jesús de Nazaret.

Esta anécdota nos sumerge en una cuestión de importancia no menor para la vida y misión de la Iglesia en la sociedad contemporánea: la relación de aquellos que desempeñan un ministerio –un servicio- en la Iglesia. Se trata de uno de los mensajes más insistentes del obispo "llegado desde el fin del mundo". Una de sus frases frecuentemente repetidas en Buenos Aires, y dicha ahora "urbi et orbi", sintetiza con la fuerza de la imagen su comprensión del ministerio eclesial: se trata de ser pastores con "olor a oveja".

En los últimos días han sido muchos los que me han preguntado por qué los pastores –los cardenales, los arzobispos, los obispos, los canónigos, los sacerdotes y hasta los diáconos- no caen en la cuenta de que las ínfulas, el lujo, los tratamientos distanciadores, los vestidos hieráticos, las palabras suntuosas y los gestos ceremoniosos contradicen el significado de los mensajes evangélicos.

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Enviado por José Antonio Hernández Guerrero, catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y Director del Club de Letras de la Universidad de Cádiz, escritor y articulista.
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Foto de www.revistagq.com

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Oooooooooh!, que sencillez de palabras cultas y espontáneas; que vocabulario pobre (como dirían algunos) tan extensísimo y variado sin palabras repetidas, raras, rebuscadas, cursis, monótonas,aburridas o un largo etc. de calificativos, a las que hay que echar mano del diccionario para entender su significado. Simplemente ¡Qué gusto de lectura! ¡Qué gusto de divino culto donde pueden beber todos los comensales, donde pueden leer, simplemente, todos los lectores de arriba y de abajo que entienden el castellano!
Muchas gracias eminentísimo señor de las letras y de las palabras.

Campuscrea dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Campuscrea dijo...

Te agradezco -querido amigo "Anónimo"- tu generosa y estimulante lectura. Tú sabes que la vida de los textos depende de los lectores interesados, inteligentes y críticos. Un abrazo cordial. José Antonio