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Todos somos o seremos viejos
Tomar en serio la ancianidad no es negar o disimular sus limitaciones ni, mucho menos, sublimar sus carencias sino tratar de identificar sus peculiares formas de vivir y de convivir humanamente. Reconocer la dignidad de los ancianos como seres humanos con plenitud de derechos y de deberes no es desconocer sus trabas físicas ni ignorar sus contradicciones mentales. No se trata de dulcificar ni de idealizar una edad que, como todas –y a veces más- posee sus dificultades, sus excesos y sus defectos.
Por eso, no soy partidario de que, con la mejor intención, caractericemos a los ancianos globalmente como “adorables”, “maravillosos”, “sabios” o “entrañables” simplemente porque han cumplido muchos años. A mi juicio, idealizarlos y edulcorarlos es contraproducente. Una cosa es tratar de evitar el estigma asociado a la palabra “viejo” y otra muy diferente es luchar para evitar las discriminaciones familiares y sociales por razón de edad.
Lo importante, en mi opinión, es aceptar que todos, usted y yo, ya somos o pronto seremos viejos, que todos moriremos, que todos, cada día, nos acercamos a la muerte, pero que, mientras tanto, seguimos conservando nuestros derechos, nuestros deberes humanos y nuestras ganas de vivir.
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