Como es sabido, son los asesores de imagen quienes, apoyándose en amplios y en detallados análisis demoscópicos, elaboran los diseños de las campañas electorales y quienes, incluso, aconsejan los procedimientos retóricos que los líderes emplean en sus mítines.
A pesar de que reconocemos sus habilidades para explicar cómo reacciona la mayoría de los destinatarios de estos peculiares discursos, nos llama la atención que nuestros sondeos de opinión, realizados sin pretensiones científicas, están en franco desacuerdo con esas prácticas agresivas tan generalizadas y tan aplaudidas. La totalidad de los amigos, familiares, compañeros y alumnos con los que he hablado durante estas últimas semanas ha rechazado frontalmente los procedimientos que más se suelen emplear. Sin excepción alguna, todos han repudiado –por molestos, por ineficaces y por contraproducentes- las descalificaciones de los adversarios y, más concretamente, el recurso a las hipérboles caricaturescas y, sobre todo, las insinuaciones difamantes. Los hechos que más les han irritado han sido el tono de riña, los gritos de bronca y las expresiones de desprecio lanzados con violencia a los líderes de los partidos adversarios.