La restauración de un importante santuario medieval de Jimena, cuyo proyecto ha ilustrado con acuarelas Pablo Fernández-Pujol, deja al descubierto pinturas barrocas en el torreón.
DANIEL PÉREZ
Los límites entre lo técnico y lo artístico, entre la mirada experta y la estética, se confunden y se complementan en la restauración del Santuario de Los Ángeles, en Jimena de la Frontera. Si una intervención de este calado precisa de un dominio absoluto de los recursos tecnológicos, de una especialización profunda y cabal, y de una experiencia contrastada, como la que ofrecen los arquitectos José Ignacio Fernández-Pujol y José Herrera Bernal, también se enriquece con la perspectiva íntima, honda y particular que aportan los detallados bocetos de Juan Manuel Fernández-Pujol y las magníficas acuarelas de Pablo Fernández-Pujol, uno de los pintores jóvenes con mayor proyección de España. La iniciativa adquiere así una curiosa transversalidad: arquitectura, restauración, diseño y pintura se aúnan para conformar uno de los proyectos más interesantes y sugestivos de cuantos se están llevando actualmente en la provincia.
Estas esmeradas ilustraciones no son fruto de la casualidad, sino que responden a la intención premeditada de mirar el objeto de la restauración, su conjunto, desde «perspectivas diversas» que ayudan a «visualizar, aprender y memorizar todo el edificio». La tarea se complementa con un exhaustivo proceso de documentación histórica, fundamental para «contextualizar» la actuación sobre el monumento «en su tiempo y en su lugar preciso». La tarea cobra así una dimensión original, exclusiva, que el estudio promotor considera «básica» para «entender el trabajo de campo como la consecuencia de una visión integral de lo que queremos hacer y de cómo queremos hacerlo, aunque con margen para la flexibilidad».
El proyecto
El Santuario fue originariamente un monasterio fundado en el siglo XV por la orden franciscana; no obstante, la traza general del mismo que hoy por hoy se percibe tiene su origen en las transformaciones y nuevas edificaciones de los siglos XVII y XVIII, en plena época barroca. El monumento cuenta con un compás de entrada, un claustro de dos plantas y una serie de edificaciones anexas que configuran otros patios y dependencias. El estado de la edificación, antes de que se iniciase el proyecto integral de rehabilitación -que se desarrolla gracias a un convenio entre la Consejería de Cultura y el Obispado de Cádiz-, presentaba una situación preocupante: hay partes en estado de ruina, y otras que aparecen «adulteradas» por actuaciones «descontroladas»: volúmenes cambiados, morfologías alteradas...
Con estas condiciones de partida, el trabajo se centra, en un primer momento, en consolidar el edificio, los forjados, las cubiertas y las estructuras, además de las fachadas del templo y el claustro. De esta forma se da prioridad a «consolidar toda la envolvente», según explica José Ignacio Fernández-Pujol. La única dependencia que se «tocará» en el interior del templo es la destinada a la Casa de Hermandad. Quedaría pendiente una «hipotética» segunda fase, que se dedicaría a la rehabilitación del interior, pero de la que aún no hay proyecto planificado.
El hallazgo
Aunque ya había indicios de que el Santuario podría ocultar «sus secretos», fue gracias al trabajo sobre el terreno cuando los técnicos se encontraron con elementos ornamentales decorados en tono almagra, concretamente unas ménsulas del claustro y unas columnas revestidas de ladrillo fingido, que les llevaron a pensar que el monumento escondía mucho más de lo que podía parecer a simple vista. Así, en el pequeño atrio de entrada hay epigrafías ocultas con cal, pero la gran sorpresa la guardaba la torre espadaña: «A través de fotografías y en los reconocimientos previos a la elaboración del proyecto, llegamos a la conclusión de que, siendo la parte más visual desde el pueblo, podría haber dibujos decorativos de gran interés, datados en la época barroca». Efectivamente, el rascado selectivo, lento y cuidado al que se sometió la fachada de la torre dejó al descubierto una gran cruz, con un porte bastante llamativo, y una montura prensada debajo. También se han descubierto restos que una corona o escudo, además de iconografía floral. En el cuerpo bajo, junto al balconcillo, ha aparecido la misma fábrica fingida que tienen las columnas interiores del claustro. En el presbiterio y en la capilla mayor se han localizado pinturas muy similares a la que guarda el camarín de la virgen.«Estamos entusiasmados con el hallazgo- explica Fernández Pujol-, porque es una de las grandes emociones que conlleva trabajar con el patrimonio, ya que aunque planifiques una intervención inicial, tienes que ir modificando tus planes en función de lo que va apareciendo en el trabajo de campo, e ir reproyectándolo sobre la marcha». Todo un ejemplo de cómo debe intervernirse en el patrimonio, en la teoría y en la práctica.