Por lo visto y por lo oído, despedirse a tiempo es una destreza extraña y un proceder poco común. Y es que, en contra de lo que se suele afirmar, “mandarlo todo al diablo, a paseo o al quinto cuerno” y “dar un portazo”, más que un gesto de cobardía puede ser una prueba de valor.
La decisión de “dimitir” exige, en la mayoría de los casos, lucidez, libertad de espíritu, valentía y, a veces paradójicamente, ser fiel a los compromisos básicos y, sobre todo, a la propia conciencia. Se requieren muchas dosis de atrevimiento para romper con todo, para huir de las esclavitudes y para escapar al vacío. Por eso nos sorprenden gratamente las decisiones de los hombres y de las mujeres que dejan cargos importantes de la vida política, social, económica o religiosa tras hacer una serena reflexión.