Varios lectores me han mostrado su radical disconformidad con mi afirmación -“excesivamente categórica”, dicen ellos- de que, en los tiempos actuales, es imposible vivir sin cambiar y sin adaptarnos a los cambios. Aunque es cierto que esta tesis debe ser matizada cuidadosamente y demostrada con argumentos serios, pienso que los que menos se han de escandalizar son los creyentes ya que, como es sabido, la exigencia de cambiar constituye uno de los rasgos definidores de los pensamientos y de los comportamientos cristianos.
Con excesiva frecuencia olvidamos que la invitación a la conversión es una llamada al cambio permanente de pensamiento, de actitudes y de comportamientos. Recordemos que la “conversión” en el evangelio se expresa con la palabra griega “metanoya”, que significa un cambio profundo de mentalidad, de maneras de pensar, de sentir y, sobre todo, de vivir.