Con el fin de evitar una errónea interpretación de mis palabras, declaro que uno mi voz a las de los que, en el contexto de crisis en el que estamos situados, denuncian la destrucción de puestos de trabajo y a las de los que lamentan que las organizaciones empresariales propongan como única solución la flexibilización del mercado laboral, el abaratamiento de los despidos, la precarización de las condiciones laborales y, en resumen, que el peso de la crisis se cargue sobre los hombros de los trabajadores.
En mi opinión, para enfrentarnos de una manera humana con esta crisis tan radical hemos de cambiar no sólo la forma de entender la economía sino también la manera de relacionarnos con los demás hombres e, incluso, con los elementos de la naturaleza: hemos de tratar a los seres humanos y utilizar las cosas no sólo por su utilidad práctica ni como mercancías cuantificables económicamente, sino también como sujetos y objetos portadores de valores éticos –la bondad- y de significados estéticos –la belleza-.