Esta semana –queridos amigos- me he limitado a dar un “paseo gaditano”: he repetido ese recorrido circular que empieza en la Plaza de San Juan de Dios, sigue por la calle Pelota, por la Plaza de la Catedral, por Compañía, por la Plaza de las Flores, por la calle Columela, El Palillero, San Francisco, calle Nueva, y termina nuevamente en la Plaza de San Juan de Dios.
En esta ocasión, mi propósito no ha sido cultural ni comercial: este trayecto no me ha servido para repasar nuestra historia, no me he detenido bajo los toldos del Corpus a contemplar esa mezcla de estilos neoclásico e isabelino del suntuoso edificio de nuestro Ayuntamiento, ni me he sentado en uno de los bancos para escuchar las campanadas de “El amor brujo”, esa melodía de Falla con la que su reloj nos marca las horas. He pasado de largo por delante de la Catedral sin fijar mi atención en su fallada para identificar cuales son sus elementos barrocos, sus rasgos rococós y sus componentes neoclásicos.