Por José Antonio Hernández Guerrero.
El “aburrimiento”, esa desagradable sensación de desgana, de cansancio y de fastidio que nos producen la escucha o la lectura de algunos relatos, tiene su origen en la falta de interés de la historia que nos cuentan o en la escasa destreza de que adolece el narrador, cuando articula la trama o, incluso, en su irritante torpeza lingüística, cuando construye el texto escrito o cuando pronuncia el discurso oral.
El escritor, el conferenciante y el profesor han de tener en cuenta que un tema no es interesante por sí solo, sino que su atractivo depende de la relación que el asunto guarda con las expectativas, con las aspiraciones y con los afanes -inmediatos o lejanos- de los oyentes o de los lectores a los que les dirige la palabra. El interés, por lo tanto, no es un valor absoluto ni objetivo, sino una cualidad relativa y subjetiva. Una historia interesante para unos es aburrida para otros e, incluso, puede ocurrir que, contada por un autor nos agrada y nos divierta, y, relatada por otro escritor, nos resulte anodina y pesada.