Los frecuentes y variados programas televisivos denominados popularmente como "basura" -en los que tan groseramente se exhiben los pormenores de la vida privada y los detalles de las relaciones íntimas de algunos personajes del mundo de la farándula- reavivan periódicamente unas encendidas polémicas sobre diversas cuestiones que, aunque están estrechamente relacionadas entre sí, no hemos de confundir.
¿Es lícito mostrar públicamente las interioridades? ¿Se puede comerciar -comprar o vender- impunemente la vida íntima personal y la ajena? Algunos críticos defienden solemnemente que cada uno es dueño absoluto de todas sus acciones y que, en consecuencia, posee el derecho de administrarlas a su antojo. También es cierto que, mientras que unos ciudadanos proclaman la libertad total de exhibición, otros, por el contrario, sostienen la conveniencia de activar los frenos éticos o, al menos, de señalar unos límites estéticos. Pero lo que más nos llama la atención es la coincidencia de los argumentos que, frecuentemente, esgrimen unos y otros: todos repiten que la intimidad es un derecho sagrado e inalienable. "No es posible bajo ningún pretexto -afirman- entrar en el ámbito de los comportamientos personales ajenos".