Aunque es cierto que, a lo largo de la historia de las civilizaciones, las jerarquías de los valores morales han cambiado de orden y las virtudes que, en un momento determinado, eran las más apreciadas han pasado a ocupar un lugar más secundario, hemos de reconocer que, a veces, se produce la supresión total o la pérdida parcial de la dimensión ética de los comportamientos individuales o de las conductas sociales.
Todos conocemos a personas importantes que, situadas en los diferentes rangos de la escala social, política, económica o profesional, carecen de principios éticos llegando a veces a alardear de insensibilidad moral. Otros, incluso, presumen de falta de sentimiento de sumisión a algo, de carencia de conciencia de servicio y de insensibilidad ante las obligaciones sociales.