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SI en el mundo actual nos resulta difícil llamar por su propio nombre a esa “maldad” que, a veces, se aloja en el fondo secreto de muchas de nuestras decisiones aparentemente bien intencionadas, todavía bastante más extraña suele ser la valoración positiva y la denominación explícita de la “bondad” concebida como la senda más segura y más humana para lograr la felicidad personal, y como el surco más fértil en el que hemos de sembrar las semillas del bienestar colectivo.