En más de una ocasión he confesado que la mayoría de las reflexiones que formulo en estos breves textos reproduce, casi literalmente, los juiciosos comentarios con los que los alumnos del Aula de Mayores responden a las preguntas con las que comienzo el curso y que también me sirven de punto de partida de cada una de las clases. La más obvia se refiere, como es natural, a las razones que les han movido a matricularse en la asignatura. Una de las respuestas que más me han llamado la atención por su claridad, por su concreción y por su profundidad, fue la de un militar ya jubilado quien, de manera espontánea, me dijo: “He decidido asistir a este curso con la intención de evitar que –cuando sea aún más anciano- me convierta, como mi suegro, en un cascarrabias. Tengo la esperanza de que estos análisis sobre la vida y, en especial, el trato permanente con los compañeros que están dispuestos a seguir aprendiendo y creciendo, me van a ayudar a evitar la esclerosis de las arterias de la mente”.
Estas afirmaciones, en apariencias tan ingenuas, revelan dos convicciones que, a mi juicio, deberían ser las decisivas para estimularnos a seguir estudiando y, sobre todo, para acertar en la elección de las disciplinas que hemos de estudiar durante toda la vida.