¿Se han fijado ustedes –queridos amigos- la facilidad con la que, cuando un ciudadano cualquiera accede a un puesto de poder, por muy insignificante que sea, se siente capacitado para disponer del tiempo de los demás? Si, por ejemplo, un director, un delegado o un concejal pretenden entrevistarse con usted para pedirle una colaboración, es posible que lo cite en su despacho a la una de la tarde y es probable, incluso, que él no comparezca o que lo haga media hora más tarde. Si usted, simplemente, le muestra su extrañeza, la “autoridad” se sorprenderá de que no comprenda que él tiene otros muchos asuntos más importantes que resolver. Este comportamiento constituye, a mi juicio, un serio desconocimiento del valor del tiempo de los otros, una grave irresponsabilidad y, sobre todo, una permanente fuente de tropiezos y de desencuentros.