Tras escuchar la queja que un cualificado diputado ha proferido en el Congreso -"Su venganza, señoría, no ha sido ética ni, mucho menos, estética"-, algunos periodistas se preguntan con extrañeza, cómo un vicio, que por su naturaleza pertenece al ámbito de la moral, puede ser evaluado también artísticamente.
Recordemos que la "venganza" ha sido tratada, valorada y ejecutada de diferentes maneras en nuestra civilización judeo-cristiana. Si en el léxico actual, vengarse es castigar una ofensa devolviendo mal por mal, en el lenguaje bíblico la venganza restablece la justicia sobre el mal. Aunque la Biblia prohíbe vengarse por odio, permite que la sociedad y, sobre todo, Dios -el único vengador legítimo de la justicia- restituya el derecho atropellado compensando los males causados. La venganza solidaria era un arma defensiva que, en sus orígenes, empleaba la sociedad nómada israelita; por eso, el "vengador de la sangre", convencido de que la sangre derramada clama venganza, compensaba al clan matando al asesino. Posteriormente, la Ley del Talión -"ojo por ojo y diente por diente"- prohibió la venganza ilimitada de los tiempos bárbaros y frenó la pasión humana, pronta a devolver mal por mal.