La única manera de defendernos de los miedos -el arma más utilizada a lo largo de la historia de la civilización por los que aspiran a alcanzar o a mantenerse en el poder- es informándonos y aprendiendo a pensar. Para evitar que los grupos políticos, económicos, sociales y religiosos nos asusten con sus amenazantes augurios, no tenemos más remedio que, en la medida de lo posible, estar adecuadamente informados y, sobre todo, es imprescindible que desarrollemos el sentido crítico para analizar los contenidos y las intenciones de sus, a veces, alarmantes mensajes. Como primer paso, hemos de desconfiar de los políticos que, de manera enfática, sólo anuncian ruinas, de los economistas que, apesadumbrados, sólo pronostican pobreza, de los sociólogos que, acongojados, sólo prevén desastres, y de los predicadores que, afligidos, sólo alientan el temor al mundo, el miedo a la modernidad y el terror al infierno.