Tras leer detenidamente algunos comentarios que he recibido, he llegado a la conclusión de que, en el artículo anterior titulado “La mediocracia”, no me expliqué con suficiente claridad. Por eso me permito insistir en que mi crítica a la entrega pasiva a la televisión -al imperio de la “mediocracia”- pretendió ser, justamente, una defensa de una manera sencilla y natural de vivir la vida humana. La denuncia de “esa amplia masa de adictos televidentes que alimentan su débil imaginación y llenan su vacío pensamiento con los productos más insustanciales que les proporciona la ya no tan pequeña pantalla” quiso ser una reivindicación de algunos valores muy nuestros que, en estos días, están en peligro. Me refiero a esos comportamientos orientados en el sentido inverso al camino que nos traza la publicidad: hacia ese mundo masificado, mecanicista, agresor de la naturaleza y lleno de tensiones bélicas; hacia esas metas opuestas a nuestra cultura del sur, a nuestra manera meridional de entender la vida.