Los hechos nos confirman que los años ya vividos y las experiencias acumuladas constituyen, más que tiempo gastado, un capital de recursos efectivos, de fértiles cosechas y de frutos maduros que, si los administramos con habilidad, están disponibles para que los aprovechemos y para que extraigamos todos sus jugos. Si seguimos aprovechando el tiempo, si cultivamos con esmero las semillas que encierran cada uno de los episodios vividos -tanto los gratos como los desagradables, tanto los exitosos como los frustrantes-, es probable que germinen y nos proporcionen conocimientos útiles y beneficiosos.
En contra de todas las apariencias, si nos empeñamos, es posible que los caminos ya recorridos nos descubran unos horizontes vitales más diáfanos, nos abran nuevas puertas y nos rompan ataduras convencionales. Maduramos humanamente cuando ensanchamos nuestra libertad para acercarnos a nuestra meta personal, para cumplir nuestra peculiar misión, para realizar nuestro proyecto inédito y para alcanzar ese bienestar razonable, necesario y, por lo tanto, posible.