Les deseo, queridos amigos, -y me deseo a mí mismo- unas fiestas navideñas austeras, sobrias y moderadas. Austeras en los gastos, sobrias en las comidas y en las bebidas, y moderadas, incluso, en los deseos. Todos sabemos que, en estas fechas familiares, estimulados por la ubicua publicidad y animados por la irresistible emulación, más que gastar, despilfarramos. Empleamos más dinero del que tenemos y adquirimos más objetos de los que necesitamos. Pero lo peor es la facilidad con la que nos seducen, sobre todo, aquellos artículos cuya cualidad principal es su elevado precio. Por eso exhibimos con presunción las etiquetas de marcas caras: para que todo el mundo advierta el dinero que nos han costado.
--Aunque es cierto que comer y beber son dos funciones biológicas que, cargadas de intensas connotaciones culturales, constituyen cauces de amable comunicación y fuentes de placeres sensoriales y que, a veces, nos proporcionan un intenso deleite estético, pero también es verdad que sus excesos, además de causarnos molestas indigestiones, nos embota los sentidos y, sobre todo, nos debilitan otros apetitos que, sin duda alguna, son más delicados y otros gustos que pueden resultarnos más gratificantes.
Pero, en mi opinión, quizás sea más importante, más difícil y más urgente rebajar el volumen y la intensidad de nuestros deseos, incluso, de los más nobles. Si no los controlamos, se convierten en pesadillas, en manías o en obsesiones que destruyen nuestro equilibrio psicológico y pueden llegar a romper nuestro bienestar familiar. Todos sabemos que la codicia, la avaricia y la ambición, por ejemplo, son claras manifestaciones de unos anhelos exagerados e incontrolados.
Por eso, a pesar de que, a primera vista, les resulte sorprendente, me permito felicitarles expresando mis anhelos de que controlen, incluso, las ansias de felicidad. Estoy convencido de que hemos de frenar hasta las aspiraciones más dignas con el fin de evitar que deriven en peligrosas malformaciones del espíritu. Como me repite María del Carmen, “igual que el exceso de religiosidad conduce a la superstición y el exceso de nacionalismo lleva a fanatismo, el exceso de felicidad desemboca, irremisiblemente, en la más vacía estupidez”.
¿Creen ustedes que exagero si afirmo que, antes de que empiecen estas fiestas somos muchos los que ya estamos empachados con tantas luces, músicas, polvorones, turrones, pavos, vinos y licores? ¿No es verdad que, la mayoría de nosotros ya tenemos demasiadas corbatas, camisas, pañuelos, colonias, discos y televisores?
Este año yo me conformo con ver vuestras caras más alegres y vuestras sonrisas más permanentes. Os pido esas cosas que no cuestan dinero pero que poseen mucho valor: una palabra amable, un abrazo cordial y un beso cariñoso. A todos vosotros -queridos amigos, a los que siempre recuerdo y a los que, a menudo olvido, a los que, sabiéndolo o sin saberlo, hacéis grata y fecunda mi vida- os deseo felicidades, pero con moderación. Vosotros sois mis mejores regalos.
Pero, en mi opinión, quizás sea más importante, más difícil y más urgente rebajar el volumen y la intensidad de nuestros deseos, incluso, de los más nobles. Si no los controlamos, se convierten en pesadillas, en manías o en obsesiones que destruyen nuestro equilibrio psicológico y pueden llegar a romper nuestro bienestar familiar. Todos sabemos que la codicia, la avaricia y la ambición, por ejemplo, son claras manifestaciones de unos anhelos exagerados e incontrolados.
Por eso, a pesar de que, a primera vista, les resulte sorprendente, me permito felicitarles expresando mis anhelos de que controlen, incluso, las ansias de felicidad. Estoy convencido de que hemos de frenar hasta las aspiraciones más dignas con el fin de evitar que deriven en peligrosas malformaciones del espíritu. Como me repite María del Carmen, “igual que el exceso de religiosidad conduce a la superstición y el exceso de nacionalismo lleva a fanatismo, el exceso de felicidad desemboca, irremisiblemente, en la más vacía estupidez”.
¿Creen ustedes que exagero si afirmo que, antes de que empiecen estas fiestas somos muchos los que ya estamos empachados con tantas luces, músicas, polvorones, turrones, pavos, vinos y licores? ¿No es verdad que, la mayoría de nosotros ya tenemos demasiadas corbatas, camisas, pañuelos, colonias, discos y televisores?
Este año yo me conformo con ver vuestras caras más alegres y vuestras sonrisas más permanentes. Os pido esas cosas que no cuestan dinero pero que poseen mucho valor: una palabra amable, un abrazo cordial y un beso cariñoso. A todos vosotros -queridos amigos, a los que siempre recuerdo y a los que, a menudo olvido, a los que, sabiéndolo o sin saberlo, hacéis grata y fecunda mi vida- os deseo felicidades, pero con moderación. Vosotros sois mis mejores regalos.
---*** Enviado por José Antonio Hernández Guerrero, profesor de la Universidad de Cádiz, escritor y articulista.