Si pretendemos evitar el paralizante desánimo que, a veces, nos generan la crítica y, sobre todo, la autocrítica, deberíamos evaluar, además de los fallos, los datos positivos que sugieren soluciones y hacen digeribles los malos tragos. Apoyándonos, por ejemplo, en la convicción de la dignidad y de la libertad del ser humano, y en nuestra capacidad para mejorar las situaciones y para seguir aprendiendo, sobre todo, de los errores, podemos alentar fundadas esperanzas y elaborar unos proyectos de progreso permanente que nos hagan crecer a cada uno de nosotros y que mejoren la convivencia solidaria en la sociedad a la que pertenecemos.
Reconociendo el declive que el individualismo contemporáneo ha introducido en las relaciones humanas, esta "ansiedad de mejora" nos permitirá compartir el sentido positivo de la vida, generar unos vínculos más estrechos entre los hombres, recuperar el diálogo con los diferentes y reconocer las inéditas peculiaridades del mundo que nos alberga.