Es cierto que tenemos que seguir luchando para que los legisladores, mediante leyes adecuadas, favorezcan unas condiciones objetivas de la vida de las mujeres que hagan posible -realmente y en todas partes- su igualdad con los hombres, su libertad efectiva y el ejercicio eficaz de los demás derechos humanos pero, si pretendemos que la construcción de una sociedad más justa sea consistente y estable, es necesario que, además, cambiemos el sistema de significados que subyace en el fondo secreto de nuestras “inconsciencias”.
Las diferencias sociales, laborales, económicas, jurídicas e, incluso, religiosas que separan a los hombres y a las mujeres tienen unas raíces mentales profundas que penetran hasta el fondo de nuestro mundo de los símbolos. Éstos son, no olvidemos, los factores que determinan la formación de las ideas, el significado de las palabras, la adopción de las actitudes y el mantenimiento de las pautas de los comportamientos individuales, familiares y sociales. La eficacia y el peligro de estos símbolos son mayores cuanto menor es el conocimiento de su existencia y de su funcionamiento.