Por lo visto y por lo oído, despedirse a tiempo es una destreza extraña y un proceder poco común. Y es que, en contra de lo que se suele afirmar, “mandarlo todo al diablo, a paseo o al quinto cuerno” y “dar un portazo”, más que un gesto de cobardía puede ser la consecuencia de una serie de valores de los que, a veces, carecemos. La decisión de “dimitir” exige, en la mayoría de los casos, lucidez, libertad de espíritu, valentía y, paradójicamente, ser fieles a los compromisos básicos y, sobre todo, a la propia conciencia. Se requiere, además, muchas dosis de atrevimiento para romper con todo, para huir de las esclavitudes y para escapar al vacío.