El ejemplar comportamiento de los ciudadanos japoneses, tras sufrir el devastador terremoto y el siguiente tsunami, constituye una estimulante demostración de lo beneficioso que resulta controlar la expresión de las emociones, incluso, en esas situaciones catastróficas.
En contra de los disturbios producidos en desastres naturales ocurridos en otros lugares, en los que el pillaje aumentaba las pérdidas y multiplicaba los efectos nocivos, en esta ocasión hemos podido comprobar cómo, gracias al control de las emociones, ha reinado el orden y la disciplina. Es cierto que los llantos, las quejas, las lamentaciones y hasta las rabietas son las válvulas de escape que liberan las presiones emocionales que dañan la mente, el organismo e, incluso, las relaciones sociales, pero también es verdad que, cuando se lanzan de manera descontrolada, hacen irrespirable el ambiente y dificultan la adopción de las medidas acertadas.