Leer también "El peligro de los listos", "El peligro de los torpes", "El peligro de los buenos", "El peligro de los guapos" y "El peligro de los graciosos" .
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En esta ocasión me refiero sólo a los sufridores crónicos, a aquellas personas que se sitúan de por vida en una peculiar perspectiva desde la que avizoran hasta el más mínimo síntoma de malos tiempos. A los que -como buitres leonados- rebuscan ávidamente entre los desechos con el fin de localizar motivos de llantos y razones de quejas. A esos conciudadanos –a veces amigos- que poseen una singular habilidad para, augurando tempestades y anunciando desgracias, viciando el ambiente con alarmas y contaminando el espacio con ansiedades, nos contagian su inquietud y nos inyectan su tristeza.
Aunque se regodean, sobre todo, en los períodos de tormenta, también disfrutan, paradójicamente, en los tiempos de bonanza porque, como nos repiten una y otra vez, la calma es presagio de nuevas calamidades. Por eso les inquietan tanto las buenas noticias y, por eso sufren con el bienestar y disfrutan con el malestar. Es posible que sus continuas lamentaciones nos vacunen a muchos, pero también se corre el riesgo de que sus permanentes quejas influyan en el ánimo de otros.
Aunque se regodean, sobre todo, en los períodos de tormenta, también disfrutan, paradójicamente, en los tiempos de bonanza porque, como nos repiten una y otra vez, la calma es presagio de nuevas calamidades. Por eso les inquietan tanto las buenas noticias y, por eso sufren con el bienestar y disfrutan con el malestar. Es posible que sus continuas lamentaciones nos vacunen a muchos, pero también se corre el riesgo de que sus permanentes quejas influyan en el ánimo de otros.