Con sus gestos sorprendentes, con sus actitudes amables y con sus palabras claras, Francisco, el Obispo de Roma, pretende, más que llamar la atención sobre sí mismo, marcar las líneas maestras de una nueva cultura eclesial y explicar las sendas por las que han de discurrir los cambios de hábitos de los jerarcas eclesiásticos y de los creyentes cristianos.
Con sus sencillas recomendaciones, formuladas con expresiones tan coloquiales como “salir a la calle”, “armar lío”, “no dejarse excluir” o “cuidar los extremos de la vida”, nos apremia a todos los miembros de la Iglesia para que nos “convirtamos” al Evangelio. De manera directa y explícita nos estimula a todos para que cambiemos las costumbres eclesiásticas, y para que copiemos el estilo evangélico partiendo del supuesto de que la crisis actual de fe obedece, más que a la fidelidad a los dogmas teológicos, a la incoherencia de nuestros comportamientos.