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SI es cierto que la felicidad individual y social constituyen las metas últimas de las actividades personales y los objetivos finales de las instituciones públicas, también es verdad que, si no controlamos estas ansias irreprimibles, corremos el riesgo de que el "bienestar" de una mayoría afortunada se satisfaga a costa del "malestar" de algunas minorías desgraciadas. Si, siguiendo las pautas evangélicas, pretendemos ser justos y solidarios, hemos de repartir equitativamente los bienes y los males, los gozos y los dolores, las alegrías y las tristezas, las ganancias y las pérdidas, la salud y la enfermedad, el calor y el frío, las comodidades y las molestias, los llantos y las risas.
SI es cierto que la felicidad individual y social constituyen las metas últimas de las actividades personales y los objetivos finales de las instituciones públicas, también es verdad que, si no controlamos estas ansias irreprimibles, corremos el riesgo de que el "bienestar" de una mayoría afortunada se satisfaga a costa del "malestar" de algunas minorías desgraciadas. Si, siguiendo las pautas evangélicas, pretendemos ser justos y solidarios, hemos de repartir equitativamente los bienes y los males, los gozos y los dolores, las alegrías y las tristezas, las ganancias y las pérdidas, la salud y la enfermedad, el calor y el frío, las comodidades y las molestias, los llantos y las risas.