Cuando era niño, mi asignatura favorita era, sin duda, Geografía e Historia.
Recitaba como en una letanía, apenas perceptible, los ríos y afluentes de la península Ibérica; las capitales de todos los países del mundo; las cordilleras y picos de América desde el monte Mckinley hasta las últimas estribaciones de los Andes; la lista de los reyes godos o los mínimos detalles de la travesía por Colón y su gente del Atlántico.