Leído en el diario Sur. Por su interés reproducimos este artículo.
Hasta ahora los que, por las tierras fecundas de la Serranía de Ronda, aprovechaban las horas nocturnas de quietud y calma – momentos en que la Luna se enseñorea de la noche - para llevar a cabo sus fechorías, se cebaban en los olivos. Se acercaban a los predios sin vigilancia y llenaban los canastos o los sacos de aceitunas y salían pies en polvorosa a bordo de la furgoneta de turno. A veces se contentaban como poco: algunos puñados de aceituna de verdeo para endulzarla y aliñarla consiguiendo así un agasajo para la casa sin pasar por el mercado. Eras las aceitunas “luneras” de las que ser habla cada año una veces con sorna y otras con irritación e impotencia , sobre todo cuando los malhechores no se conforman con poco sino que arramblan con sacos para su posterior venta allí en donde no hagan demasiados preguntas.
Pero si las aceitunas “luneras” formaban ya parte de la tradición oral y eran objeto del gracejo del pueblo, ¿por qué no intentarlo con las castañas, ahora que lucen en todo su esplendor en los parajes del montuoso Genal, y las tostadoras callejeras se apresuran a disponer sus ollas agujereadas y a expandir su inconfundibles efluvios por callejuelas y esquinas? Para luego es tarde, y he aquí que nuevas hornadas de bandoleros cabalgan por la Serranía, no para despojar a diligencias y trotacaminos extraviados sino a los humildes castañeros de Igualeja Cartajima o Pujerra que confiados no vigilan sus posesiones o que si lo hacen consiguen con osadía y descaro burlarlos.
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Los saqueos para mayor inri se producen en un año en que los castaños del Genal, acusando los afectos de la sequía, o que la lluvia no llegó cuando la arboleda lo necesita, los índices de producción acusan un descenso más que considerable. Y lo que dicen por aquí, a perro flaco todo se le vuelven pulgas. A cosecha mínima, cosecha esquilmada por desaprensivos que se lucran del trabajo y los onerosos gastos de los agricultores que, ahora con toda la razón del mundo ponen el grito en el cielo.
Robar castañas para venderlas va más allá de sustraer unas embozadas de “luneras” para un pequeño tostón familiar, esa fiesta tan inequívocamente serrana. Es un delito serio y como tal debería ser perseguido, aun cuando corran tiempos de crisis y se pueda pensar que todo el monte es orégano – castaño, en este caso – y que todo está permitido para hacerse con unos miserables cuartos.