El repaso de las noticias que nos proporcionan los medios comunicación pone de manifiesto el aumento imparable de conflictos graves que, en la actualidad, amenazan nuestro bienestar personal, familiar, social y político. Es cierto que, por ejemplo, el cambio de los cuestionarios de las oposiciones de Enseñanza Secundaria, los juicios al juez Garzón, los desfalcos de los ERE en Andalucía, la imputación de Iñaki Urdangarín, el déficit de Grecia o la guerra civil en Siria, constituyen serios problemas que, por afectarnos a todos, aunque sea en diferentes grados, nos inquietan y nos indignan. Es también verdad que sus soluciones exigen que todos los conciudadanos reflexionemos serenamente y que nos preguntemos permanentemente sobre la medida en la que hemos de colaborar solidariamente para lograr las adecuadas soluciones.
Pero, a mi juicio, también deberíamos esforzarnos para establecer un orden de prioridades aplicando como criterios la urgencia, la gravedad y la importancia de cada uno de estos asuntos. No dudo que todos estos temas, que reclaman la atención de los líderes de opinión y que llenan hasta la saturación los espacios y los tiempos de los medios de comunicación, poseen un notable interés periodístico, pero pienso que, en su tratamiento, deberíamos distinguir entre “los problemas” y “el problema”, ese que ocupa el desgraciado liderato y que, día a día, adquiere caracteres más dramáticos. Me refiero al aumento imparable del hambre en el mundo y de la pobreza en España.