Por José Antonio Hernández Guerrero
Si, como todos sabemos, las prendas de vestir constituyen una de las muestras más elocuentes de los permanentes cambios de los criterios morales y de las pautas estéticas que experimenta una sociedad, los vestidos de baño ponen de manifiesto, de una manera todavía más clara, la rapidez y la amplitud con la que se suceden las modas convencionales y las convicciones éticas.
Comparen, por ejemplo, la estampa que ofrecía nuestra playa Victoria de mitad del siglo pasado, con la que podemos contemplar en la actualidad. Ya hemos dicho en más de una ocasión que los vestidos cubren o disimulan y, al mismo tiempo, descubren o subrayan, no sólo las bellezas y defectos del cuerpo, sino también las virtudes y los vicios del espíritu.
Como ejemplos ilustrativos de estos cambios permanentes, podemos mencionar tres prendas playeras femeninas cuyo uso se ha generalizado en los últimos años. Es posible que, incluso algunas señoras que, ufanas, las lucen en la actualidad, se hayan olvidado de que, anteriormente, se habían escandalizado al contemplar su exigua pequeñez. Me refiero al “bikini”, a la “tanga” y al “pareo”; los tres nombres tienen orígenes exóticos.