Por José Antonio Hernández Guerrero
Si, como todos sabemos, las prendas de vestir constituyen una de las muestras más elocuentes de los permanentes cambios de los criterios morales y de las pautas estéticas que experimenta una sociedad, los vestidos de baño ponen de manifiesto, de una manera todavía más clara, la rapidez y la amplitud con la que se suceden las modas convencionales y las convicciones éticas.
Comparen, por ejemplo, la estampa que ofrecía nuestra playa Victoria de mitad del siglo pasado, con la que podemos contemplar en la actualidad. Ya hemos dicho en más de una ocasión que los vestidos cubren o disimulan y, al mismo tiempo, descubren o subrayan, no sólo las bellezas y defectos del cuerpo, sino también las virtudes y los vicios del espíritu.
Como ejemplos ilustrativos de estos cambios permanentes, podemos mencionar tres prendas playeras femeninas cuyo uso se ha generalizado en los últimos años. Es posible que, incluso algunas señoras que, ufanas, las lucen en la actualidad, se hayan olvidado de que, anteriormente, se habían escandalizado al contemplar su exigua pequeñez. Me refiero al “bikini”, a la “tanga” y al “pareo”; los tres nombres tienen orígenes exóticos.
La palabra “trikini”, que designa a los trajes de baño femeninos compuestos de tres piezas, nos sirve para comprobar que algunos hablantes están convencidos de que el término “bikini” -que designa el “conjunto de dos prendas femeninas de baño, constituido por un sujetador y una braguita ceñida”- está compuesto del prefijo “bi-“ que, como en “bi-sexual”, “bi-siesto”, “bisnieto”, “bi-céfalo” o “bi-polar”, significa “doble”. Este nombre, sin embargo, tiene un origen muy diferente: se le ocurrió al diseñador parisino Louis Réad quien, por razones publicitarias, decidió designar su última creación -el atrevido y escaso bañador de dos piezas- con el nombre de aquel atolón de las Islas Marshall en Hawai donde, el año 1945, los Estados Unidos desalojaron a sus pobladores para experimentar la bomba atómica que, posteriormente, asolaría las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki.
“Tanga”, nombre con el que se designa una braga reducida a su más mínima expresión, es una palabra de origen tupí según la Real Academia Española y, según algunos lexicólogos, procede de la lengua usada por la tribu angolana Quimbudú, en el Congo, actual Kenya y Guinea, que la usa para referirse las prendas con las que las mujeres cubren las partes más íntimas de sus cuerpos. A nosotros nos ha llegado a través del portugués.
“Pareo” es una palabra tahitiana que designa un retal de tela rectangular y de colores llamativos que, atada a la cintura y enrollada a modo de falda abierta, visten las mujeres en Polinesia. Entre nosotros, se usa, haciendo juego con el bañador o bikini, para al trasladarse a las playas y a las piscinas o para ir de la orilla al chiringuito se disimulen la celulitis del abdomen, la flacidez de los glúteos, las estrías del vientre, los michelines de los costados y las pistoleras que se forman a la altura de los bolsillos; pero, le sienta mejor, sobre todo, a las que, por estar bien hechas, no lo necesitan.
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***Enviado por José Antonio Hernández Guerrero, catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y Director del Club de Letras de la Universidad de Cádiz, escritor y articulista.
---Foto de http://www.suddenlyslimmer.com/
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