Mi infancia y adolescencia escolar transcurren en Jimena en un período donde estaba propagada una sola idea para obtener un buen aprendizaje.
Metodología a lo bestia, que consistía en la creencia de que la letra con sangre entraba mejor. Las lecciones había que aprendérselas sin titubear, sin fijarnos en el contenido que dijéramos, expresándolas de memoria de forma mecánica.
Lo importante era no dudar, aunque la mayor parte de las veces no entendieras lo que expresaras, lo interpretaras mal, o, si no te lo sabías, te lo inventases, hasta que prestaba atención el maestro y te pillaba; entonces un palmetazo con la regla de madera que obraba encima de la mesa del magisterio como si del mejor libro se tratara situado junto a un crucifijo hacía estragos como castigo golpeando la mano abierta.
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