Leído en el Diario de Cádiz. Por su interés reproducimos este artículo.
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¿ES la Medicina una ciencia exclusivamente física o natural? ¿Las enfermedades humanas son trastornos o desórdenes únicamente orgánicos o corporales? y, en consecuencia, ¿las curaciones se logran plenamente con la Farmacología, con la Cirugía o con la Radioterapia, o también es necesaria la ayuda de la palabra?
En opinión, las actividades terapéuticas se han de guiar también por las palabras: por las palabras de los pacientes, que buscan la luz de la información y el calor de la esperanza, por las palabras de los médicos y de los enfermeros, que pretenden la exactitud y temen aumentar el sufrimiento, por las palabras de los artistas, que tocan el espíritu y suavizan el dolor, y por las palabras de los escritores, que aclaran el significado de las experiencias humanas y que evitan simplificarlas mediante generalizaciones.
Partimos de varios supuestos: que los médicos y los enfermeros, además de científicos, son mediadores, intermediarios, explicadores, comunicadores, agentes, actores e intérpretes de nuestras dolencias. Que la curación es una tarea de colaboración y, por lo tanto, un proceso de diálogo. Y, finalmente, que la palabra, aunque por sí sola no cure, aunque no posea una fuerza mágica, produce diferentes efectos eficaces porque es un vehículo y un vínculo, un instrumento imprescindible, condicionante o, en ocasiones, determinante, del proceso de curación. La Medicina -entendida en su sentido más completo, como ciencia, arte y profesión- y el tratamiento -concebido como un conjunto de actividades diversas- son dos sendas convergentes y complementarias, dos recorridos vitales en compañía: la curación y el alivio se logran a través del diálogo y de la mutua colaboración entre los profesionales y los pacientes.
Opino, en consecuencia, que la Medicina moderna, además de curar la enfermedad, ha de partir de la interpretación de la vivencia que el paciente posee de sus dolencias y considero que, en la medida de lo posible, ha de aliviar el sufrimiento. Si aceptamos este planteamiento, podríamos incluso afirmar, además, que existe una estrecha relación entre el ejercicio de la Medicina y el cultivo de las Artes y de las Letras. Las obras de muchos médicos ponen de manifiesto que la vocación médica y la actividad creadora son vías que, convergentemente, parten de y desembocan en una mejor interpretación, comprensión y valoración de la naturaleza humana.
La experiencia nos confirma que las palabras atenúan los dolores del cuerpo y mitigan los sufrimientos del espíritu, suavizan las angustiosos interrogantes que surgen ante las enfermedades y que la conversación con los profesionales de la salud posee la capacidad de hacernos sentir menos solos. No es extraño, por lo tanto, que la doctora Iona Heath afirme que "los médicos necesitamos ojos para ver la humanidad y para valorar la dignidad de nuestros pacientes". Todos nosotros hemos podido comprobar cómo la mirada comprensiva y compasiva de los profesionales de la salud nos han suavizado el sufrimiento y, a veces, han disipado nuestra angustia. Durante las enfermedades -quizás más que en otras situaciones- nos viene muy bien la compañía de hombres y de mujeres que, desinteresados, libres, equilibrados y prudentes, nos ayuden a dominar el horror ante lo desconocido, transmitiéndonos mensajes tranquilizadores. Sí, necesitamos que nos cuenten, con delicadeza, con objetividad y con generosidad, los riesgos que nos acechan, sin aprovecharse de nuestros temores.
Para calibrar la influencia del lenguaje, hemos de partir de un supuesto básico: la tarea médica, además de ser una labor científica, es una actividad social y un ejercicio de intercomunicación personal que están orientados por ideas, por teorías, por ideologías y, en consecuencia, por palabras. Como afirma el doctor Esteban Torre, el carácter netamente humano de la profesión médica se pone especialmente de manifiesto en el proceso de relación comunicativa con el enfermo. Éste acude al médico porque necesita ser oído, escuchado, atendido y, a ser posible, curado".
1 comentario:
El universo es tan inmensamente grande y desconocido, como inmenso es el desconocimiento que de él tenemos. El poder del cerebro es tan grande, como grande son sus poderes. Por muy pequeňo que sea un ser, grandisimo son los enigmas de su capacidad para valerse y cumplir con su orden natural dentro o fuera de cualquier otro ser conocido; si pensara, por muy diminuto que fuere,pensaria en su grandeza y desconocimiento,en ser un ser dentro de otro ser. Los seres de fuera de ese ser,grandes o pequeños -como el hombre y la pulga- verian a la tierra como un ser individual dentro de otro ser;y la tierra se veria como otro ser vivo que está dentro de otro ser muchisimo mas grande como puede ser el universo, o simplemente navegando por un correntil sanguineo lleno de planetas,soles,satélites,cometas y todo tipo de estrellas a imagen y semejanza de glóbulos, hematies,plaquetas,enzimas etc.
Y es que el humano es tan pequeño que nada sabe,cuando la distancia se mide en años luz en su medida minima.
Ni siquiera podriamos llegar a pensar como se cura o quién cura a eso -ese ser- que hemos de llamar universo. Porque el ser humano no es indidual sino que colectivamente es un ser que hace tanto daño o tanto bien al que lo sustenta, como lo pueda hacer un virus.
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