Si nos alejamos tanto de los tópicos “gaditas” como de los prejuicios pseudoculturales, podemos afirmar que el carnaval gaditano es una manera lúcida de reírse de sí mismo y de los otros: es la máxima expresión del nuestro yo paródico, paradójico y contradictorio. Todos sabemos que los diferentes géneros de nuestras coplas carnavalescas critican -en ocasiones corrosivamente- unos comportamientos convencionales que, cubiertos de apariencias formales, a veces son frívolos. Algunas letras, incluso, poseen un notable poder social y una importante lucidez desmitificadora porque empequeñecen el volumen de los episodios, desinflan las hinchazones de algunos personajes públicos y restablecen las dimensiones reales de unos sucesos que, ingenuamente, juzgamos trascendentales.
Las críticas humorísticas, las comparaciones cómicas y las hiperbólicas caricaturas de la chirigota de Kike Remolino constituyen unos espejos en los que se reflejan nuestros rostros y nuestros gestos, nuestras aspiraciones y nuestras frustraciones. Con la caricatura que “El Selu” ha hecho de los “enteraos” –ese personaje que tan bien representamos muchos de nosotros-, además de hacernos reír, nos descubre la realidad elemental y profunda de los comportamientos delirantes -y, a veces, estúpidos- de algunas personas que nos creemos serias y respetables. Fíjense, por ejemplo, en la imaginación desbordante de El Yuyu, con ese ingenioso pasodoble dedicado a las “pelusas del ombligo”. Muchos de los tipos constituyen imágenes de nuestras torpezas y revelan descarnadamente algunos de los rasgos de nuestra hechura humana.
Por otra parte, las comparsas nos hacen “con-sentir” con las emociones que despiertan unos hechos tan amargos como, por ejemplo, ese desgarrador pasodoble que Antonio Martín dedica a Marta; a veces, nos envían unos soplos nostálgicos como los que emiten las coplas de Joaquín Quiñones con su agrupación evocadora de la prensa del siglo XIX, o nos invitan al regodeo contagiándonos el desenfado de Jesús Bienvenido con su comparsa “los trasnochadores”. Hemos de reconocer, sin embargo, que el sentimiento de las comparsas no es siempre una reacción blanda de aceptación pasiva y desesperanzada, sino que puede ser una expresión delicada y comprometida de solidaridad. Nos ha llamado la atención, una vez más, el colorido vital del coro de Julio Pardo con su exuberante alarde de armonías.
Aunque es cierto que las agrupaciones -con su arte musical y con sus recursos literarios- nos cuentan amablemente la verdad desnuda de las cosas, expresan las sensaciones y los sentimientos que, durante el resto del año, enmascaramos o disimulamos con las fórmulas convencionales exigidas por las buenas maneras y por la cortesía, no deberíamos perder de vista que, a veces, desenfocan los problemas y, por lo tanto, falsean sus soluciones. Sería absurdamente ridículo que los padres de familia, los educadores, los líderes de opinión o los políticos interpretaran esas críticas al pie de la letra y las adoptaran como criterios válidos para planificar sus actividades. No nos confundamos, por favor, porque todo el año no es carnaval.
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***Enviado por José Antonio Hernández Guerrero, catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y Director del Club de Letras de la Universidad de Cádiz, escritor y articulista.
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Foto: Chirigota sampableña de 1986, "El profe y sus alumnos". Pinchar sobre ella para verla con detalle.
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