Nos narraba el historiador Suetonio, que no había más placer para el Divino Julio Cesar, que el derecho a llevar a perpetuidad una corona de laurel. Pues no había mayor defecto que le fastidiase que sus enemigos se burlarse de su calvicie.
Enemigos y hasta su propia tropa, a pesar que era muy venerado por sus legiones. De hecho los legionarios cuando volvían de la conquista de las Galias, le cantaban a Julio Cesar en las puertas de Roma:
“Ciudadanos, vigilad a vuestras mujeres:
Traemos con nosotros al adultero calvo:
En las Galias te puliste, jodiendo,
El dinero que pediste prestado”
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